Una interpretación del mundo en el trabajo fotográfico de Erika Larsen
Su mente está lo más abierta posible, como si todo estuviese destinado a ocurrir. A través de su trabajo como fotógrafa ha ido estableciendo relaciones a un nivel muy humano. Algunas que duran la vida entera, otras diez años o tan solo diez minutos. Pero todas ellas, sobrenaturales. Erika Larsen (Washington, 1976) es una mujer que se autodefine como storyteller. Sus historias fotográficas hablan de paisajes remotos y comunidades ancestrales, pero a la vez narran una mucho más cercana. La suya.
El llamado por la fotografía comenzó cuando su padre le entregaba imágenes de los planetas y sus lunas gracias a Hubble, el telescopio espacial que ayudó a diseñar para la NASA. “¿Cómo es posible que una niña tenga a Saturno en sus manos?”, se preguntó. Larsen observó la majestuosidad de nuestro sistema solar hasta que llegó a la conclusión: la cámara es mágica. “Estoy aquí, pero tengo algo de muy muy lejos en mis manos. [La fotografía] es un camino para transportar el tiempo y el espacio. Quiero trabajar con esta magia toda mi vida”.
Con una carrera de veinte años, y como miembro de la National Geographic Society, ha cultivado el interés por descifrar cómo las personas podemos traducir nuestra relación con la naturaleza y, dentro de esa traducción, cómo es expresada en el lenguaje, el arte, los rituales y la cotidianidad de las comunidades. Para ellas es un proceso de escucha e introspección constante. Un proyecto es la extensión del siguiente y cada uno es indispensable para saltar al siguiente nivel.
Si bien hay magia en la sorpresa, también se dirige al campo con una idea concreta en mente. Pero, ¿qué es lo mejor para hacer? “La manera en que yo persigo historias es una mezcla de ambas. Todos tenemos preguntas y curiosidades individuales que nos alimentan y desde allí trato de interpretar lo que se me cruza en el camino”. Así, extiende su filosofía de entablar una conexión entre el mundo que la rodea y la forma de construir sus imágenes. “Crecemos con cada experiencia y especialmente cuando nos embarcamos en nuevas historias, ese crecimiento, puede implicar también un proceso de conflicto de cómo nos relacionamos con nosotros mismos”.
Como en La cámara lúcida (1980), donde Roland Barthes utiliza la fotografía como objeto que prueba la existencia —y a la vez afirma la ausencia— del ser amado; Erika Larsen se emociona al contemplar la fotografía que le realizó a su abuela un año antes de morir. Incluso presenció el fallecimiento de su otra abuela. Hasta ahora, siente su presencia al ver la cama vacía, menciona. Ese mismo día fotografió a su hermana y a su sobrina, pensó que eran los ojos de su abuela quien había visto la escena. Ellas murieron una década después.
Piensa que el storytelling es poderoso porque permite abrir un abanico de imágenes oníricas que establecen una comunicación secreta entre los instantes que definen nuestra existencia. Si por ella fuera, solo hablaría con imágenes porque el lenguaje fotográfico “puede hablar sobre el futuro. Pero, nosotros necesitamos tiempo para verlo. Quizá cinco, diez o veinte años”, asevera.
Antes de sus proyectos a largo plazo, trabajó diversas historias sobre adultos mayores alrededor de cuestiones como qué es envejecer o cómo el mundo percibe la enfermedad del Alzheimer; y también, trató de responder qué es ser adolescente en su país. De este modo, siguió forjando su relación con los temas sobre la vida y la muerte.
En Young Blood (2008) observó por más de un año a niños y jóvenes cazadores de Estados Unidos al seguir sus instintos y tradiciones en medio del bosque. Después de dos años de trabajo, People of the Horse (2014) mostró la relación entre el caballo y los nativos del oeste norteamericano para saber por qué perdura como símbolo de respeto, orgullo, generosidad y fuerza. Sin embargo, el proyecto que marcó su vida fue Sami, Walking with Reindeer (2013).
Seis años atrás, su plan original era investigar a las comunidades nómadas en Sudamérica, pero tuvo dos obstáculos: la lengua y la necesidad de guías. Aunque en ocasiones se le escapan frases en inglés, ya tiene un español fluido. En 2017, entendió que para narrar la historia de los Sami —el grupo indígena del ártico que se estima existen cerca de 100 000 personas repartidas en Rusia, Noruega, Suecia y Finlandia—, necesitaría sumergirse en la comunidad guiada por tres preguntas que rondaban su cabeza con insistencia: ¿hay personas que tienen la habilidad para traducir el ártico? ¿Es posible encontrar el silencio? ¿Cuál es nuestro rol en el ciclo de la vida y la muerte?
Envió e-mails a tres mujeres Sami. Solo una respondió en inglés y la invitó a quedarse en su casa por dos semanas, durante el verano. Recuerda que le increpó que tenía que convivir por un año, sin cámara, para entenderlos. “Si es mi momento para ver esa realidad, fotografío. Si no es, no voy a hacerlo. Yo tengo mucho respeto con las fotografías. Si el otro no quiere, yo no quiero también”, sostiene.
Retornó varias veces por invitación y guía suya. Al final, vivió más tiempo con otra familia que ella le presentó. Fue con esta familia que decidió vivir como ama de llaves cerca de Kautokeino, Noruega y Gällivare, Suecia. “Si no doy lo mismo que estoy recibiendo, entonces todo este proceso no funciona en absoluto”, dice. Desde la intimidad comprendió mejor lo que la rodeaba. Ayudó en la cocina, en la limpieza del hogar, en el cuidado de los niños para estar al tanto de sus símbolos.
El par de semanas se convirtieron en cuatro años. “Me enseñaron qué era importante para ellos, qué elementos los relacionaban de manera única con su paisaje y su cultura. Fue un proceso de ruptura con mi propia perspectiva para empezar a escuchar con nuevos oídos”.
En meses de convivencia su lenguaje fotográfico cambió. Por ejemplo, al inicio de su proyecto conseguía primero planos de algunos animales porque sentía que al acercarse los comprendería mejor, pero notó que el interés de los pastores estaba en estudiarlos de lejos, “para anticipar la migración”. Las imágenes de renos avanzando sobre la nieve en busca de alimento continúan en su retina.
Pudo responder la tercera pregunta que motivó su viaje al observar a Sven Skaltje —un hombre de 70 años que conoció desde inicios del proyecto, pero tardó años entablar una amistad y comunicarse con él— quien encontró los cuerpos de dos renos hembras cuyas astas se habían enredado durante un combate para marcar su territorio. Mientras Sven examinaba los restos en la nieve, Erika asumía que alguien que sacrificaba renos por tanto tiempo vería esto con calma y sin tanta emotividad. Sven lloró. Lloró porque los renos sufrieron por el hambre y la extrema helada.
Esa tristeza de ese hombre le reveló la importancia de nuestra relación con el ciclo de la vida. No fue algo que Sven dijo, era tan solo la humanidad inmortalizada en una escena. “Todo lo que está fuera de nosotros es un espejo de nosotros”, asevera. Cuando sus ojos verdes lloran, lloran por la empatía que siente ante las imágenes vividas.
Hoy en día, enfatiza que la maternidad es otro nivel de comprensión sobre la experiencia humana que ha cambiado su forma de narrar historias. Fotografía a la familia de su esposo peruano y aspectos de nuestra cultura, donde nació su hijo, para recolectar recuerdos para él. Aún suenan las palabras de un guía que marcaron su futuro: “si haces este viaje a Perú, ese país será tuyo para siempre”. La vida se encargó de colocar las piezas en su lugar. Erika pertenece ahora al raro grupo de peruanistas, esos investigadores que a través de su compromiso nos enseñan a entender nuestros rituales, resaltar virtudes, avizorar errores y valores. “El Perú tiene un conocimiento específico de nuestra historia colectiva. Una que encuentro enormemente importante e intrigante”. Es algo de lo que quiere ser parte y siente que lo necesita. El encuentro se revela como un continuo movimiento del tiempo, donde “esa magia se convierte en mi herramienta más importante para interpretar las historias que experimento en este camino del ser humano”.
Esta reseña fue, originalmente, publicada en la cuarta edición de FOT. Revista Peruana de Fotografía e Investigación Visual en el 2020. El autor del texto es Luis Cáceres Álvarez. Todas las fotografías pertenecen a Erika Larsen.