Mariana Bazo, nacida en Lima en 1964, ha dedicado más de tres décadas a la documentación de eventos trascendentales en América Latina y el mundo. Formada en Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, complementó su pasión por las narrativas visuales con estudios en la prestigiosa Escuela de Fotoperiodismo de la Universidad de Missouri, gracias a una beca de la Fundación Reuters entre 1993 y 1994. Su carrera se consolidó como Jefa de Fotografía en la Agencia de Noticias Reuters en el Perú, cargo que desempeñó de 1994 al 2019, documentando la época del terrorismo en el país, la captura de Abimael Guzmán, la toma de la Embajada de Japón, el conflicto de las FARC en Colombia y las crisis en Bolivia y Venezuela. Además, ha cubierto grandes eventos deportivos como las Olimpiadas de Sídney 2000, Río 2016 y la Copa Mundial de Fútbol Rusia 2018.
Su archivo sobre el conflicto peruano forma parte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y sus fotografías han sido publicadas en medios globales como The New York Times y China Daily. Además, su trabajo ha sido incluido en libros colectivos como The Art of Seeing y Our World Now de Reuters, así como en exposiciones internacionales, consolidando su reputación como una de las voces más importantes del fotoperiodismo contemporáneo.
En esta entrevista exclusiva para la Asociación de Foto Periodistas del Perú (AFPP), Bazo reflexiona sobre el poder del fotoperiodismo como herramienta narrativa y su capacidad para generar conciencia sobre las realidades de nuestra sociedad. También comparte su experiencia como jurado del World Press Photo 2020 y su reciente designación como jurado regional para la edición 2025, un rol que destaca como una oportunidad para dar visibilidad a las historias y talentos de Sudamérica en el ámbito internacional.
¿Hay algún momento en tu carrera que sientas que marcó un antes y un después en tu vida como fotoperiodista?
Estudié Historia y Geografía en la Universidad Católica, y mi formación fue como historiadora. Pero eran los años ochenta, una época en que Lima estaba muy convulsionada. Ver todo lo que sucedía era como observar la historia reciente en tiempo real. Siempre me gustó tomar fotos, y me preguntaba cómo podía contar lo que estaba ocurriendo, cómo ser partícipe de esa historia.
Veía los mítines políticos y pensaba: “Quiero estar ahí arriba”. Ser un testigo de la historia. Eso quería cuando era muy joven, pero no tenía claro cómo llegar a ese camino. Un día decidí colgarme la cámara, empezar a tomar fotos y buscar ese objetivo: hacer fotografía política y social, contar la historia desde mi perspectiva, pero a través de imágenes.
Así empecé. Trabajé en Somos, en El Comercio por un breve tiempo, y en una revista maravillosa llamada Meridiano, donde coincidí con Ana Cecilia Gonzáles Vigil y un grupo de mujeres increíbles. Casi todas las jefas eran mujeres: Rocío Flores, Inés Elejalde, Laura Puertas. Ellas fueron mis mentoras en mis inicios en el fotoperiodismo, pero sobre todo Ana Cecilia. Ella había estudiado fotoperiodismo en Inglaterra y me ayudó a conectar mis conocimientos sociales con la fotografía, enseñándome a contar lo que veía a través de imágenes.
Fueron años impresionantes, los ochenta y los noventa, aunque muy duros para todos. Mi forma de vivirlos fue a través de la fotografía. Documenté momentos clave como las bombas, los problemas sociales, Tarata, la captura de Abimael Guzmán. Todo eso lo vendía a Reuters y a otros medios internacionales, y así me especialicé en trabajar con la prensa extranjera. Más adelante obtuve una beca de Reuters y siguió mi carrera.
En una entrevista mencionaste tu experiencia en la casa de Lourdes Flores durante una reunión clandestina de políticos donde se debatía quién sería el próximo presidente tras el autogolpe de Fujimori. Tomaste una fotografía de ese momento y, a partir de esa acción, tu relación con Reuters comenzó. ¿Esa foto la entregaste por iniciativa propia o te enviaron específicamente para cubrir el evento?
Yo trabajaba en Meridiano, y Laura Puertas, que era la jefa de política, me mandó a la casa de Lourdes Flores para hacer unas fotos. En ese momento, nadie sabía exactamente lo que sucedía. Fue justo después del autogolpe de Alberto Fujimori, cuando el Congreso había sido cerrado y los políticos no podían reunirse públicamente. Sin embargo, decidieron hacerlo en la casa de Lourdes Flores.
Hace poco me reuní con Lourdes, y ella recordaba esta anécdota. Fui la única fotógrafa que logró entrar y tomar esas imágenes. Ese día se llevó a cabo la juramentación de García García, quien asumió como segundo vicepresidente porque San Román no estaba en Lima. En el jardín de Lourdes, con una Biblia en mano, juramentó frente a Fernando Belaúnde y varios congresistas. Yo, súper joven no tenía idea de la magnitud de lo que pasaba. Tomé las fotos y salí de la casa asustada.
Al día siguiente, esas fotos se publicaron en todos los periódicos del Perú y también fueron adquiridas por agencias internacionales. Contactaron a Meridiano. Tuve que ir a AP, y ellos compraron las imágenes. Reuters también se interesó, y fue a través de estas fotos que ellos me pidieron colaborar con la agencia. Me dijeron: “Qué genial, estás cubriendo de todo, ayúdanos”. Así empecé a trabajar con Reuters mientras continuaba en Meridiano.
Esa foto marcó el inicio de mi carrera internacional. Fue una época muy convulsa, todos los días había bombas, todos los días pasaba algo. Era 1992, un año extremadamente duro. Desde ese momento y hasta la captura de Abimael Guzmán, colaboré sin parar con Reuters.
Gracias a todas esas fotos, obtuve una beca de la Fundación Reuters que me permitió estudiar un año en la Universidad de Missouri, una de las escuelas de fotoperiodismo más importantes de América. Esa experiencia cambió mi vida por segunda vez, la primera había sido cuando Ana Cecilia me guio para entrar a Meridiano y dejar mi carrera en Historia.
Cuando regresé de Missouri, me pidieron ser la jefa de Reuters en el Perú. Desde ese momento, estuve encargada de cubrir noticias en Perú y toda Latinoamérica por 27 años, hasta mi salida en el 2019. Mi formación como fotoperiodista fue moldeada por esas experiencias, y especialmente por mi tiempo con Reuters.
¿Qué diferencias has encontrado al trabajar para agencias internacionales en comparación con medios locales, tanto en términos de exigencias como de enfoque profesional? Además, hablando de la escuela de Reuters, ¿cómo ha sido tu experiencia formándote bajo sus estándares?
Mi experiencia en medios locales fue muy corta. Yo venía de una formación en Historia y Geografía, pero mi verdadero interés era la fotografía política en mi época. Estoy hablando de los años ochenta y noventa, como mujer. Cuando decía: “Quiero cubrir el mitin”, me respondían: “No, anda a cubrir sociales, inauguraciones, fiestas; esas son fotos para mujeres”. Pero yo quería estar en las marchas, en los eventos importantes. “Eso es para hombres”, me decían. Me costó mucho encontrar una forma de entrar. No podía hacerlo. No sabía cómo llegar a eso.
Cuando ingresé a Meridiano, el cambio fue radical. Allí, muchas de las jefas eran mujeres, lo que marcaba una gran diferencia. En otros medios se sentía una discriminación constante hacia las mujeres que queríamos ser fotógrafas. Incluso ahora persiste, aunque en menor medida. Se sigue diciendo: “Es peligroso enviar a una mujer”. En aquella época era mucho peor; ser fotógrafa no se consideraba un oficio para mujeres. Encontrar un camino era más difícil.

Meridiano era una revista piloto, muy distinta de un periódico tradicional. Era un espacio más abierto. Aun así, mi experiencia en medios locales fue limitada porque rápidamente pasé a trabajar en la agencia Reuters. Allí la formación era diferente. Tuve mucha más responsabilidad, encargándome de cubrir noticias en todo el país, pero también enfrenté nuevamente el machismo. En las agencias, la mayoría de los fotógrafos eran hombres.
Por ejemplo, cuando cubrí las Olimpiadas de Sídney en el año 2000, éramos alrededor de 50 fotógrafos en total, y yo era la única mujer de Reuters. En esa época, las mujeres eran una minoría absoluta en el fotoperiodismo internacional. Hoy, en cambio, se busca un equilibrio de género, lo que me parece excelente. Durante mi tiempo en Reuters trabajé con mujeres como Silvia Izquierdo y Pilar Olivares, pero éramos muy pocas.
Diría que lo ideal, en cualquier época, es formarte. Eso marca una diferencia enorme. Yo no tenía conocimientos previos de fotografía ni fotoperiodismo; simplemente intuía lo que quería lograr. Cuando tuve la oportunidad de estudiar en la Universidad de Misuri, en la School of Photojournalism, fue una experiencia transformadora. Me enseñaron a construir historias, a contar con imágenes y, sobre todo, a analizar y reflexionar sobre mi propio trabajo.
Allí, por primera vez, pude dedicarme exclusivamente a estudiar fotografía. Aquí en Perú, había tenido que trabajar de forma intensa para abrirme un camino, casi sobreviviendo. En Misuri, en cambio, tenía la tranquilidad de concentrarme solo en aprender. Veníamos de una época muy difícil y violenta en el país, y estar en un lugar donde todo era más calmado me permitió reflexionar sobre la fotografía de manera más profunda.
Cuando regresé, volví con una perspectiva mucho más amplia. Ya no solo me interesaba cubrir noticias, sino también buscar las historias de las personas que están detrás de esas noticias. Eso es lo que siempre quise hacer.

¿Cómo compararías tu experiencia trabajando con Xinhua frente a Reuters? ¿Existen diferencias significativas en la narrativa o en el enfoque de cada agencia?
Salí de Reuters en el 2019, después de haber desarrollado casi toda mi carrera en esa agencia. En ese momento, mi hijo ya estaba entrando a la universidad, también como fotógrafo, y decidí dedicar esta etapa de mi vida a algo más “relajado”. Aunque, claro, en este oficio nunca se está del todo relajado en este oficio. En Reuters fui jefa de Perú y parte del staff, mientras que en Xinhua soy colaboradora, lo que me permite trabajar también con otros medios.
La diferencia más notable entre ambas agencias es que Xinhua es una agencia estatal china, lo que la hace distinta a empresas como Reuters o incluso EFE. En Reuters, el enfoque es mucho más objetivo, cubriendo todo tipo de eventos con equidad. En cambio, Xinhua tiene un interés más específico: priorizan temas culturales, sociales y de la vida cotidiana, dejando en segundo plano conflictos o cuestiones políticas. Esa perspectiva también tiene su encanto, ya que me permite enfocarme en otros tipos de historias, más alejadas de la tensión constante de las noticias. Es otro tipo de público.
Además, ahora puedo equilibrar mejor mi tiempo entre colaboraciones, proyectos personales y momentos con mi hijo. Esta etapa de mi vida tiene otras prioridades, y he optado por enfocarme en ellas.
¿Hay espacio para los proyectos personales en Xinhua o Reuters?
En Reuters bastante. Creo que siempre hay una oportunidad para desarrollarlos, porque si logras obtener fotos realmente impactantes, profundas o visualmente bellas, siempre habrá interés en publicarlas. En el caso de Reuters, efectivamente existía margen para proyectos especiales, pero estos debían realizarse en paralelo con las tareas diarias. Sin embargo, esto podía volverse muy demandante, ya que, además de cubrir las noticias de todo lo que ocurre a lo largo del día, tenías que trabajar en proyectos personales y cumplir con las historias que te solicitaban.
Era pesado porque, cuando por fin pensabas que podrías tener un día tranquilo, surgía la necesidad de salir a buscar otra historia. Todo eso termina quemándote como fotógrafo, porque la carga es excesiva. A pesar de eso, siempre intenté desarrollar mis proyectos paralelos. A veces interesaban a Reuters; otras veces, no.
Ahora, en esta etapa con Xinhua, quizás mis historias no les resulten relevantes porque no abordan los temas que les importan, pero no creo que el lugar donde trabajes deba definirte como fotógrafo. Pienso que cada uno debe buscar sus propias historias y desarrollar sus proyectos. Lo ideal es que se publiquen, y creo que, si son buenas fotos, encontrarás un medio para hacerlo. En ocasiones las publico en revistas, y otras veces he conseguido darles continuidad en proyectos más largos que he logrado publicar por diferentes vías. Al final, he llegado a pensar que no todo depende de una agencia.
Con respecto a tus referencias, ¿qué fotógrafos te han inspirado a lo largo de tu carrera? ¿A quiénes has seguido de cerca durante todos estos años? ¿Hay alguien en particular cuyas obras te hayan marcado profundamente?
Cuando era más joven, veía a Vera Lentz, quien vivía cerca de mi casa. La observaba pasar caminando con su hijita cargada en la espalda o en los hombros, siempre acompañada de su cámara. Sus imágenes eran épicas, y además trabajaba en una agencia muy prestigiosa llamada Black Star, y para New York Times. Era una fotógrafa increíblemente comprometida, y cada conversación con ella era fascinante.
En los años noventa nos hicimos amigas, y desde entonces la he admirado profundamente. Aún la admiro. He tenido la suerte de editar algunos de sus trabajos, en especial cuando estaba en Reuters. Es una de esas fotógrafas cuyas imágenes siempre destacan; todas son buenas. Incluso estando en el mismo lugar, sus fotos lograban capturar algo que las mías no podían. Siempre me preguntaba: ¿Cómo lo hace?
Esas fotógrafas son raras, y Vera es una de ellas. Su habilidad para la composición es extraordinaria. Además, tiene una profundidad, una entrega, un compromiso con su historia, que siempre era el conflicto armado, y ella estaba ahí metida, y era increíblemente valiente. Yo la admiré mucho. La admiro mucho. En esa época la veía como un modelo. Me encantan hasta ahora sus fotos. Justo ahora viene y nos vamos a reunir. Vera es increíble.
Otra fotógrafa maravillosa es Silvia Izquierdo, a quien tuve la oportunidad de entrenar y ayudar a entrar en las agencias. Comenzó trabajando conmigo en Reuters, y desde entonces su carrera ha sido impresionante. Actualmente, es jefa de Associated Press en Brasil. Aunque es peruana, lleva muchos años viviendo allá.
Es de esas fotógrafas cuyo trabajo siempre destaca. Su compromiso con la fotografía y su dedicación al trabajo son admirables, incluso en un entorno tan exigente como el de las agencias, donde la carga laboral puede ser abrumadora. A pesar de estas dificultades, Silvia siempre logra capturar imágenes que transmiten algo especial. Su talento ha sido reconocido al haber ganado dos veces el premio World Press Photo.
Entre las personas con las que he trabajado, sin duda mi mentora principal fue Ana Cecilia Gonzales Vigil. Ella ha sido una guía para muchos fotógrafos y ha formado a una gran cantidad de profesionales. Más adelante, llegó a ser jefa de fotógrafos en El Comercio. Muchos de los fotógrafos de mi generación tuvimos la suerte de recibir su preparación.
De mis pares, Pilar Olivares es otra gran fotógrafa con la que he tenido la fortuna de trabajar. En el ámbito profesional, las personas con las que colaboras no solo te inspiran con su trabajo, sino que también te enseñan, ya sea a través de la edición de sus fotos o simplemente por la calidad y fuerza de sus imágenes. Me gusta también mencionar que casi todas son fotógrafas mujeres, pero es porque hay buenísimas fotógrafas mujeres en Perú.
¿Qué opinas sobre la educación fotográfica en nuestro país? ¿Cómo compararías la formación en fotografía en el Perú con la de otros países?
Tuve la suerte de formarme en la escuela de fotoperiodismo de Misuri, algo que no existía en el Perú en ese entonces. No había una carrera específica de fotoperiodismo. Ahora existe la carrera de Comunicación y Fotografía, pero es más general y no está orientada directamente al fotoperiodismo. La formación en esta área sigue siendo bastante híbrida; quien quiere dedicarse al fotoperiodismo necesita construir una base sólida como comunicador y periodista.
Por eso, muchos fotoperiodistas de mi generación vienen de la carrera de Comunicaciones de la Universidad de Lima, pero la formación fotográfica se adquiere, en gran medida, en la práctica, en la calle. Siempre ha habido talleres y cursos, incluso oportunidades de estudiar fuera. Es fundamental complementar lo aprendido, buscar siempre algo más y no quedarse solo con lo que se enseña localmente. Compararte con otros fotógrafos y ver lo que hacen es una forma clave de crecer.
En mi caso, tuve la oportunidad de entrenarme viajando, cubriendo distintos eventos y trabajando con otros fotógrafos. Esto me permitió ver diferentes enfoques y mejorar constantemente. Considero que la formación universitaria sigue siendo ideal, pero los retos han cambiado. Por ejemplo, mi hijo quiere ser fotógrafo y está estudiando, complementando sus conocimientos en otras áreas. Sin embargo, para las nuevas generaciones el camino parece más complejo, ya que ahora compiten con la accesibilidad de los celulares y con una mayor cantidad de fotógrafos en el medio.

En mi época, cuando empecé, el fotógrafo era quien tenía la cámara en la mano. Partía de tener una cámara. Ahora, todo el mundo tiene una cámara. Lo que debes saber es qué quieres decir con esa cámara, ¿no? Eso es lo complicado, porque hay demasiadas cosas que decir, demasiada información, se producen demasiadas fotos. Es difícil encontrar un nicho donde puedas sobresalir con las fotos, incluso para trabajos. Creo que los fotógrafos de esta época están un poco ahogados por tanta fotografía y les costará más encontrar un camino. Por eso, formarte es muy importante.
En general, ¿cómo posicionas a la fotografía peruana dentro del contexto latinoamericano? Aunque hay cierta innovación con la educación universitaria, ¿cómo consideras que estamos realmente?
Creo que siempre ha habido fotógrafos peruanos que han destacado, no necesariamente por ser universitarios o por la formación que han recibido, sino muchas veces por la pasión, por estar inmersos en un país realmente muy especial y particular. Lo que han logrado es documentar la realidad de nuestro entorno y sobresalir. Si comparamos la cantidad de beneficios que tienen personas de nuestra edad o más jóvenes en otros países, nosotros lo hacemos a pulmón, lo cual es increíble. Sin ninguna ayuda ni soporte. He trabajado con chicos que hacen historias maravillosas, que imprimen libros y crean relatos, todo sin ningún apoyo. Esta necesidad de contar lo que nos rodea se convierte en una fuerza mucho más poderosa que la educación y otros aspectos. Es algo que tenemos que compartir porque tenemos historias importantes que contar.
Esto es lo que te mencionaba de Vera: esa necesidad de compromiso y de contar. Eso sigue siendo evidente en los fotógrafos peruanos que destacan. En las agencias, por ejemplo, hay varios. Silvia, una fotógrafa peruana de la Associated Press que lleva 20 años en la agencia, es una fotógrafa excepcional. Así que sigue destacando. Aunque en los concursos no se mencione la nacionalidad, ya que son anónimos, se pueden ver historias con una profundidad especial, quizás por la vivencia que nosotros tenemos o por la historia que nos ha tocado vivir, lo que hace que nuestras historias puedan ser mejores o más fuertes. Esa mezcla entre el lugar donde vivimos y la manera en que lo contamos, pero claro, tiene que ser fotoperiodismo de calidad.
Te cuento que fui jurado del World Press Photo en el 2020, y en esa edición ganó Silvia Izquierdo con unas fotos de deporte. Los jueces pensaron que era brasileña, pero yo les dije: “Sí, vive en Brasil, pero es peruana”. Siempre, los fotógrafos peruanos hemos destacado. Ernesto Benavides, por ejemplo, ha destacado con sus fotos de marchas, y sus historias están teniendo un gran impacto porque, de alguna manera, estamos contando lo que vemos y lo que tenemos a nuestro alrededor. En ese persistir, insistir en contar lo que nos rodea, creo que siempre habrá un lugar para los fotógrafos peruanos. Han destacado no solo en agencias, sino también en revistas, medios internacionales y otros espacios.
¿Qué elementos o mensajes intentas transmitir a través de tus imágenes? ¿Cómo logras equilibrar la objetividad periodística con tu perspectiva personal cuando te enfrentas a una historia o una noticia caliente?
En una noticia, lo más importante es resumir lo que esa noticia transmite. Como solía decirse, necesitas contar todo en una sola foto. Siempre hay una imagen que captura lo esencial de lo que está sucediendo. Por ejemplo, en el caso de las inundaciones en Valencia, imaginas una foto de una fila interminable de carros, y esa imagen se convierte en el resumen visual de la situación. Hay siempre una foto que nos transmite la esencia de todo lo que está ocurriendo, y uno debe esforzarse por encontrar esa foto.

Mi pregunta es: ¿cómo cuento lo que estoy viendo frente a mí? ¿Cómo hago para teletransportar a los demás al lugar donde estoy, a ese espacio específico? Eso es lo que trato de lograr con cada imagen. Para que una foto tenga ese poder, debe transmitir emoción por encima de todo. Es fundamental capturar la interacción entre las personas, esa conexión auténtica que existe entre ellas, sin que parezca una película, sin que yo esté presente. El fotógrafo debe ser invisible, logrando captar la emoción genuina entre las personas que está fotografiando. Eso sucede, siempre sucede. Se puede dar en una noticia, en una historia.
Yo busco eso: transmitir la emoción de los demás para que quienes ven las fotos se conecten con ellos, porque es lo que estoy sintiendo en ese momento. La foto debe tener acción, debe transmitir la emoción de lo que están viviendo. Porque, al final, una foto es vida, y para mí, la vida es emoción.
¿Cuál ha sido el mayor reto que has enfrentado en tu carrera como fotógrafa?
Uno de los momentos más difíciles que sigo recordando fue al principio de mi carrera, cuando tuve que cubrir el atentado de Tarata, en Miraflores, que ocurrió a solo dos cuadras de mi casa. Para mí fue demasiado cercano, no solo por eso, sino porque veníamos semanas y meses cubriendo noticias muy fuertes a diario. Estar ahí, en el lugar, fue muy importante. No es la situación de desastre o guerra más impresionante que he cubierto, pero en ese momento fue especialmente duro porque era muy joven y tenía poca experiencia. Fue un desafío emocional muy grande, uno de esos momentos que me costó mucho tiempo procesar.
La adrenalina te impulsa a entrar en modo neutral, enfocándote únicamente en contar lo que estás viendo. Recuerdo que tomaba fotos y todo lo que veía era impresionante, pero usaba negativos y me limitaba a lo que tenía disponible. En un momento, me quité la cámara y me di cuenta de que estaba mojada, solo para darme cuenta de que no era la cámara, sino que mis lágrimas caían sin darme cuenta. En ese momento, no me había percatado de lo fuerte que era todo. Estaba tranquila tomando fotos, sin miedo, sin pensar que en ese momento lo que sentía me iba a afectar. Pero las lágrimas caían, y eso me hizo sentir mal.
Ese tipo de experiencias se acumulan. No solo fue esa vez. He tenido que cubrir muchos desastres naturales en Colombia, Chile, y Venezuela: terremotos, inundaciones grandes… y siempre el contacto con la gente es muy fuerte y emocionante. Ver cómo, a pesar de todo lo que han vivido, siguen adelante. La gente que te recibe, te ayuda, te cuenta sus historias. En medio del mayor desastre, te invitan a acompañarlos, te muestran cómo están sus casas, te cuentan su historia. Muchas veces, nadie les ha hablado ni les ha dado ayuda, y te invitan a tomar un café, a pesar de no tener nada. Eso, para mí, es mucho más impactante. Siempre te impresiona la gente, y me siento afortunada de haber podido fotografiar y conocer a tantas personas en diferentes situaciones. Muchas veces no necesariamente trágicas, pero sí intensas, y mucho más fuertes que mi propia vida. Ellos comparten sus vidas conmigo, y eso es lo que más me queda.

¿Cómo manejas el estrés y la presión cuando te enfrentas a este tipo de escenarios?
Durante años, me acostumbré a trabajar bajo esa presión. Cubrir todo lo relacionado con el terrorismo no me afectaba directamente, así que sentía que podía hacerlo. Lo mismo ocurría con los terremotos; pasaba diez días tomando fotos, enfrentándome a todo lo que sucedía, avanzando a pesar de las dificultades. Siempre sentí que la tragedia era de los otros. Aunque no comía, no tomaba agua, no tenía dónde ir al baño ni podía dormir, seguía pensando que los afectados eran los demás. Te pospones a ti mismo para poder contar su historia.
Creo que es importante, cuando regresas de lugares así, tomarte un tiempo para disfrutar de lo que te gusta. Yo siempre he buscado relajarme, por ejemplo, yendo a la playa o metiéndome al mar. También he practicado mucho deporte porque este trabajo es físicamente demandante. He estado en situaciones difíciles donde tenía que caminar largas distancias, meterme en un bosque o caminar por el lodo. Para todo eso, necesitas estar en buena forma física.
La última vez que estuve en las marchas, cubriendo con el chaleco antibalas, saltando los perdigones, me sentía bien físicamente, a pesar de tener más de cincuenta. Es muy importante estar en buen estado físico y combinar siempre tu trabajo con momentos de relajación, en el buen sentido. Siempre le he dedicado mucho tiempo a mi familia, a mi hijo. Aunque tenía viajes largos por trabajo, siempre trataba de compensar esos momentos con paseos con él. Buscaba un equilibrio entre ambos mundos.
Sin embargo, cuando trabajaba con Reuters, terminé bastante agotada. Ahora, no quiero involucrarme tanto en mi vida profesional. Lo tomo con un poco más de calma y trato de encontrar paz. Pero, de repente, todo puede explotar, y estaré sumergida en el trabajo durante cinco días, un mes, lo que sea. No me importa, pero después sé que volveré a mi espacio. Siempre he buscado ese equilibrio, y creo que todos debemos buscarlo en cualquier trabajo.
Ahora te sientes más calmada, pero ¿cómo ha evolucionado tu perspectiva sobre el fotoperiodismo y sus métodos durante estos 30 años?
Te diría que todo ha ido bastante bien. Más bien, he logrado los objetivos que me había propuesto. Yo entré al fotoperiodismo porque me interesa la vida de las personas, poder contar lo que no se ve. Me gusta contar lo que el silencio de los demás no puede expresar, como en el cuento La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro. Se trata de narrar lo que otros no pueden contar o lo que no es visible, y eso es lo que he intentado hacer, paralelamente, mientras cubro una noticia. Trato de buscar a las personas, de meterme en lugares como Villa El Salvador para seguir la historia de una recicladora de la tercera edad o contar la vida de unos jóvenes venezolanos que formaron una orquesta. Busco otros caminos para narrar lo que no se ve o lo que la gente no quiere ver, y siento que lo he logrado.
Recuerdo un reportaje que hice sobre Lurigancho, que me gustó mucho. Estuve allí durante meses para poder contar lo que realmente sucedía, para ver lo que no era visible. Siempre me ha gustado usar la fotografía para estar en lugares a los que no puedo acceder. Es algo similar con lo que podía haber hecho en Historia, cuando abría archivos que nadie había tocado nunca para encontrar historias ocultas. Eso es lo que trato de hacer con las fotos.

¿Ha evolucionado mi trabajo? De alguna manera, ha sido un proceso similar. No creo que los lugares donde trabajas te definan; no fueron las agencias las que me definieron, sino mi propio enfoque. Sigo sintiendo lo mismo que al principio. Dejé de trabajar en Reuters y fue difícil el cambio porque ya estaba acostumbrada a la agencia, pero ahora estoy en una etapa diferente, en la que me siento más libre, puedo hacer otras cosas y explorar nuevas fotos. Esa parte me gusta mucho ahora. Pero cuando surge una noticia, sigo siendo la misma. Me enfrento a ella de la misma manera, me meto de lleno y trato de conseguir la exclusiva.
Por ejemplo, la vez pasada que salió Alberto Fujimori del penal. No paré hasta conseguir una foto. Logré una foto increíble de Fujimori al final de todo el recorrido, pero para llegar allí tuvimos que recorrer como 20 cuadras de puros golpes, tratando de tomar una foto por la ventana. Mi cuerpo parecía un dálmata, lleno de moretones, porque no dejé de seguir al vehículo, a pesar de que había una multitud de periodistas y gente intentando sacar fotos por la ventana.
Por suerte, seguí insistiendo y, al final, en la Avenida Javier Prado, el carro que iba delante de Fujimori se detuvo, y yo venía con un colega de Exitosa, que me estaba ayudando. Me bajé del auto y corrí por toda la Javier Prado. Llegué hasta la ventana del carro de Fujimori. Él me miró, sonrió y me saludó. Entonces, tomé las fotos.
Lo importante es persistir, nunca parar hasta conseguir la foto que buscas. A pesar de que han pasado 30 años, sigo teniendo esa misma energía, porque cuando quieres algo, no dejas de luchar por ello. Eso es lo que realmente importa, y es genial.

Yo había fotografiado a Fujimori desde los noventa, así que sabía que tenía que conseguir esa foto. Además, intuía que él iba a posar un poco; no me creía la historia de que hubiera salido tan calladito. Cuando lo vi, corrí por la Javier Prado para alcanzar su carro y lograr la foto a través de la ventana. Él me vio, volteó y me saludó, porque Fujimori tenía ese lado; le gustaba interactuar con la prensa, podía saludar sin problema. Eso es algo que uno aprende con el tiempo: la experiencia te enseña que, a través de ciertos caminos, puedes lograr lo que quieres. Pero también es importante conocer a los personajes.
Hablemos de los concursos como el World Press Photo. ¿Cómo es ser jurado en un concurso internacional de fotografía documental y fotoperiodismo? ¿En qué consiste el proceso? ¿Es muy estresante? ¿Qué sucede durante la evaluación?
Te contaba que fui jurado general de World Press Photo en el 2020, y este año me han vuelto a elegir para ser jurado regional. Me tocará evaluar las fotos de Sudamérica, y en enero empezaré con ello. World Press Photo anunciará próximamente a los jurados, y para mí es un honor, porque es la institución más importante del fotoperiodismo, el referente máximo para nosotros. Además, es un grupo de personas increíbles, con los que he tenido la oportunidad de vincularme a través de talleres y publicaciones. Incluso gané un premio para hacer un libro con ellos. Me han invitado varias veces a Ámsterdam para su entrega de premios, que es casi un festival de fotoperiodismo. Siempre está rodeada de gente extraordinaria, y como persona y fotógrafa, es una gran oportunidad para hacer contactos y conocer a personas increíbles.
Para mí, todo esto es como un workshop, un taller constante. Ser jurado es una gran responsabilidad, porque tienes que poner toda tu habilidad en juego para asegurarte de que todo salga de la mejor manera posible y comprender todo el proceso. No es fácil, ¿verdad? Es mucha responsabilidad.
¿Cómo se elige al jurado? ¿Es en base al trabajo de las agencias internacionales, o se seleccionan nombres que son reconocidos dentro de la fotografía de cada país o región?
Cuando me eligieron como jurado del World Press Photo en el 2020, ya no estaba en Reuters. De hecho, mi formación en la Universidad de Missouri fue clave, ya que esa universidad es un punto de conexión para muchos fotoperiodistas y editores que están en la industria del fotoperiodismo. Fue más por mi vínculo con World Press Photo que por mi trabajo en Reuters. Las agencias de noticias no son las que suelen ganar estos concursos; muchas veces son los fotógrafos que realizan historias individuales o proyectos más grandes los que logran ese reconocimiento. Así fue como se dio la oportunidad para mí. Siempre he estado vinculada con World Press, también gracias a Ana Cecilia. Recuerdo que hicieron un taller en el Centro de la Imagen después de la toma de rehenes en la embajada, y Ana Cecilia fue quien lo dirigió. Tenía muchos vínculos con World Press. Ellos trajeron a fotógrafos espectaculares, como Cristina García Rodero, que en ese entonces no era tan famosa, pero ya estaba postulando a Magnum. Sus fotos eran impresionantes, ya había publicado libros, y tuvimos la suerte de conocerla en persona. Una fotógrafa maravillosa, con una obsesión por su trabajo. De hecho, le entregó su vida a su trabajo. Ese fue mi primer acercamiento con World Press Photo.
Más tarde, gané un premio para hacer un libro con ellos, y a partir de ahí me invitaron a Ámsterdam. Siempre he tenido una conexión con esta organización, algo que he logrado por mi cuenta. Creo que uno construye su carrera en paralelo a los lugares donde trabaja. Es algo muy importante; no te puedes limitar solo a lo que tu medio te ofrece. Ahora, me sorprende mucho que me hayan vuelto a llamar. Siento que ya no estoy tan vinculada con las noticias o publicando tanto. De hecho, Xinhua no tiene tanta visibilidad. A veces uno piensa que ya no está tan presente en el mercado, que ya no forma parte del negocio, pero me ha alegrado mucho que me hayan invitado de nuevo.
¿Estás en ese momento contemplativo del que hablas, en el que reflexionas sobre todo lo que has vivido y aprendido?
Eso también es positivo, porque te permite estar en un espacio más contemplativo, mientras no suceda algo de gran magnitud. Fue así hasta el fallecimiento de Fujimori, cuando tuve que estar allí durante tres días, metida de lleno en la cobertura.
¿Cerraste toda tu historia con Fujimori?
Sí, es triste, igual. Creo que cualquier velorio es triste. Saliéndonos un poco del tema y regresando al World Press, ese fue un fin de alguna manera fuerte. También es importante ver a las personas tal como son, no solo desde mi perspectiva. Como fotoperiodista, para mí es fundamental ser neutral en todo momento, no mezclar mis creencias personales con mi trabajo. Eso es algo que hoy en día se ha perdido un poco, pero para mí, ser periodista significa no dejar que mis pensamientos interfieran con lo que estoy fotografiando.
El velorio de Fujimori tuvo momentos muy tristes y fuertes. Ver a sus hijos ahí, la interacción entre ellos, el llanto de Kenji, todo eso me pareció muy intenso. Nuevamente, traté de contar esa historia, la última imagen que tuve de Fujimori: la cola de la gente, las fotos de Fujimori en la puerta del Museo. Todo eso me impresionó mucho. Fue un cierre, un cierre de una historia, sí. He cerrado varias historias, pero esa fue particularmente fuerte y emotiva, porque no era algo bonito, pero también tenía el lado humano de las personas que lo seguían y lo querían. Y hay que respetar eso también. Tener la oportunidad de estar allí hasta el final y fotografiarlo en diciembre completó un poco más esa historia.
Regresando a los concursos…
Los concursos sí son importantes para un fotógrafo. Alguien decía una vez que son una oportunidad para reflexionar sobre todo lo que has hecho durante el año y darle más sentido a tus fotos, lo cual es algo difícil para nosotros. Estamos siempre corriendo, no tenemos tiempo para parar y revisar nuestras imágenes. A veces ni siquiera tenemos control sobre nuestros negativos y no sabemos dónde están. Creo que los concursos son una manera de organizarte, de pensar en tu trabajo, en lo que te gusta a ti, no necesariamente lo que eligió la agencia, el periódico o lo que otros decidieron publicar. Los concursos te dan la oportunidad de reflexionar sobre tu historia, seleccionarla y enviarla.
La mayoría de estos concursos son a fin de año, por lo que es importante dedicar tiempo a revisar tus fotos. También es valioso buscar la opinión de editores externos, que no necesariamente sean los que trabajas habitualmente, como un mentor o un editor que pueda ofrecerte una perspectiva diferente y guiarte. Eso es algo que siempre hice con Ana Cecilia, y también lo hago con Silvia. Me gusta que mis pares vean mi trabajo, así como yo veo el material de otros fotógrafos. De esta manera, puedes saber si una historia realmente tiene fuerza o no. Presentar una foto o un proyecto en un concurso es una forma de poner a prueba tu trabajo. Lo más probable es que no ganes, pero lo valioso es el proceso: el hecho de enviar tus fotos, reflexionar sobre ellas y volverlas a mirar.
Con respecto a la edición, y justo ahora que hablábamos sobre la reflexión y el proceso de revisar lo que te gusta y lo que no, quiero dividir la pregunta en dos partes. Primero, como jefa de fotografía en una agencia internacional en Lima, Perú, ¿cómo logras equilibrar la ética y la estética al seleccionar las imágenes?
Partimos de la base de qué es el fotoperiodismo. La ética es una sola, y esa ética debe ser la matriz del fotoperiodismo, lo cual es fundamental. La regla máxima y más importante, que ha perdurado a lo largo del tiempo, es la no manipulación de las imágenes. Al principio no existía Photoshop, luego apareció, y ahora tenemos inteligencia artificial. A pesar de todos los avances tecnológicos, el principio que no cambia en fotoperiodismo es que no se debe manipular la imagen. Esto puede aplicarse a cualquier otro tipo de fotografía, como la artística, donde puede haber espacio para modificar detalles, pero en el fotoperiodismo no se puede alterar la imagen. Este es el último baluarte ético: garantizar que lo que se presenta es lo verídico y no ha sido alterado. Hasta ahora, estas reglas no han cambiado y no se admiten manipulaciones en una fotografía.
Por ejemplo, para una agencia, esto es extremadamente estricto y no cambia. Lo mismo ocurre en concursos como el World Press Photo, donde nos regimos por estas normas. El día que una agencia como Reuters envíe una foto manipulada, pierde la credibilidad. La diferencia entre una foto de una agencia y una foto en Instagram es que, en el fotoperiodismo, esa pared de veracidad no se ha movido. Ahora bien, si una foto es estética, bienvenida sea. De hecho, las agencias buscan que las imágenes sean lo más estéticas posible, lo más diferenciadas posible. Sin embargo, a veces, no hay mucho que hacer en cuanto a estética porque simplemente es la noticia que llega de inmediato y no puedes cambiar lo que ves. Por eso, buscamos algo más profundo y paralelo a la noticia. La foto más llamativa será la de las inundaciones, los carros, la gente atrapada, pero ¿qué pasa después, cuando la gente se olvida de la noticia? ¿Cómo sigue la vida de las personas? Esa parte más profunda de la historia es la que tiene más interés. Y eso es lo que los concursos buscan: no solo una foto impactante, sino una historia detrás de ella.

Por ejemplo, en Gaza, ¿cómo vive la gente allí? ¿Qué es lo que no vemos? Eso es lo que buscamos contar, y también es lo que buscan las agencias. Ahora, con la posibilidad de enviar tantas fotos, las agencias intentan hacer historias más profundas. Algunas se especializan en eso porque es lo que se necesita. La inmediatez nos la ganaron los celulares. La gente tiene la foto al instante, sea buena o mala, y no le importa que sea perfecta. Es inmediato. Lo más probable es que las fotos de las inundaciones sean tomadas con celulares. Entonces, ¿por qué llevar a un fotógrafo al lugar? No puede repetir lo mismo. Tiene que hacer algo más profundo. Se trata de buscar la historia después. La inmediatez nos la ganaron, pero no la profundidad que un periodista puede aportar, el factor humano, cómo continúa la vida. Esas son las cosas que no han cambiado.

Lo que sí sigue siendo estricto es la no manipulación. Si usas fotos que te pasan otras personas, estas pueden estar manipuladas. Pueden ser fotos de otra inundación, o de otro desastre, y te las mezclan. Eso es lo que pasa ahora, que las imágenes se mezclan y ya no sabes qué es real. Hasta ahora, los medios periodísticos siguen siendo el baluarte de la verdad. Esto es cierto en un concurso de fotos y en una agencia. La veracidad está en la no manipulación de las fotos ni de las ideas. Las fotos no deben ser posadas.
¿Consideras que el trabajo de las agencias y los concursos contribuyen a moldear una narrativa global sobre los eventos en el país o en la región?
No puedo hablar por todas las agencias, pero sí de Reuters, que ofrecía muchísima libertad para que pudieras buscar otro tipo de historias. Siempre con el factor humano como base, y eran historias bastante simples, sin entrar en política. En Reuters, no te metías en tomar un partido político. Por el contrario, los concursos de fotografía permiten que los fotógrafos expresen su propio punto de vista, siempre dentro de la veracidad.
Entonces, si lo que se muestra es cierto, es válido. Si es cierto, es fotoperiodismo. Si alguien quiere hacer un collage, está bien, es un trabajo interesante, pero no es fotoperiodismo. No es que World Press quiera imponer algo específico, sino que se ha establecido que el fotoperiodismo consiste en contar con fotos lo que realmente sucede. Si manipulo la imagen, ya no estoy mostrando la realidad, sino solo el punto de vista del fotógrafo. Esto puede ser válido en otros tipos de fotografía, pero no en el fotoperiodismo.
No es que hayan liderado una fórmula, sino que así es como se entiende el fotoperiodismo, tal como es en la práctica. No creo que esto tenga que ver con una posición política, sino con la idea de que una agencia, como Reuters, trabaja para todos los medios, sin importar si son de derecha, izquierda o centro. Sus clientes son diversos, y a nadie le importa el punto de vista personal del fotógrafo. En ese momento, lo que te interesa es contar la historia de la manera más veraz posible. Eso es lo que define el trabajo. No creo que se deba moldear la realidad, porque el periódico puede tener un punto de vista editorial, pero el trabajo del fotoperiodista es contar lo que sucede, sin alterar la verdad.
La idea de la agencia es que trabaja para todo tipo de medios, pero la agencia distribuye su material a periódicos de diferentes tendencias. Esa es la diferencia. En un concurso, también depende del jurado, pero suelen ser bastante abiertos a evaluar otro tipo de enfoques. Sin embargo, por ejemplo, cuando fui jurado en el 2020, después de la selección final, había un día libre. Ese día, todo el material que estaba en la preselección, casi listo para ser discutido como los posibles premiados, pasaba por un proceso de investigación en un laboratorio especializado. Este laboratorio cuenta con científicos expertos en Photoshop y manipulación de imágenes, quienes analizan todas las fotos. Es como una especie de laboratorio de CSI, en el que se investiga si hay algún tipo de manipulación o “crimen” relacionado con Photoshop.
Ese año, el 30% de las fotos presentadas por fotógrafos profesionales fueron descalificadas debido a algún tipo de manipulación. Puedes ajustar un poco los colores, pero lo que no puedes hacer es alterar el contenido, porque en ese caso estarías alterando la realidad.
El periodismo es solo uno. No puedes modificar una imagen. No puedes entrar a la foto y quitarle algo. Sin embargo, algunas veces se hacen cambios, y muchas de esas imágenes parecen perfectas porque, por ejemplo, se les ha eliminado un fondo. Pero eso es alterar la realidad. Los tonos y colores se pueden ajustar, pero lo que no puedes modificar es el contenido. World Press Photo es muy claro al respecto y lo tiene bien especificado en sus reglas. Es como si fueran las leyes, la Constitución del fotoperiodismo. Incluso cuando ya tienes fotos impresionantes, ese principio sigue siendo fundamental durante el concurso.
Otro concurso importante es el Picture of the Year, que organiza la Universidad de Missouri. Es similar al World Press Photo, pero en Estados Unidos. Esa universidad es donde estudié, y justo en 2019 me invitaron a ser jurado en ese concurso, lo cual fue especial porque regresé después de 25 años de haber estudiado allí. La universidad que organiza el Picture of the Year es muy famosa por ese concurso. Tiene una idea similar a la de World Press Photo, ya que también busca preservar el fotoperiodismo. En este concurso participan muchos más fotógrafos estadounidenses, y también hay más fotógrafos regionales que ganan.
Históricamente, los concursos de fotografía eran dominados por europeos y estadounidenses que cubrían noticias de Latinoamérica, África y otras zonas de conflicto. Sin embargo, tanto World Press Photo como Picture of the Year han tratado de dar más visibilidad a los fotógrafos regionales. En los últimos años, World Press Photo cambió su fórmula, introduciendo ganadores regionales. Ahora, las historias de cada región tienen más peso, ya que las fotos se juzgan primero por región. Esto es importante porque, a veces, las historias de nuestra región pueden quedar opacadas por las de lugares como Medio Oriente. Al juzgar por regiones, se destaca más el trabajo de los fotógrafos locales, lo que da más relevancia a las historias de nuestra región. De hecho, en mi caso, voy a ser jurado regional de Sudamérica, lo que da un poco más de peso y oportunidad a las historias de esta parte del mundo.
Por ejemplo, la muerte de Fujimori fue una noticia internacional muy grande, pero en Perú son pocas las noticias de ese calibre que alcanzan una relevancia mundial. Esas son las breaking news, las noticias de gran impacto.
Le pregunté a Rodrigo Abd, quien vivió alrededor de ocho años en el Perú y recorrió la costa, sierra y selva, por qué el país no “estaba de moda” para las agencias internacionales en su momento. ¿Por qué crees que no se le prestaba tanta atención hasta que, en el 2020, explotó todo esto de la generación Bicentenario, los conflictos políticos y los constantes cambios de presidentes? ¿Cómo lo ves tú?
Creo que en Perú siempre pasa algo que sorprende. Lo comentábamos con los colegas de las agencias: es un país que nunca deja de impresionar. Puede estar en un momento tranquilo, y de repente algo explota. Las marchas recientes fueron un claro ejemplo de eso. De repente no pasa nada, y luego llega una noticia como la de Fujimori. Son esos eventos inesperados que marcan un antes y un después. A lo largo de los años que cubrí para Reuters, siempre hubo noticias gigantes en Perú. Recuerdo la época del terrorismo, la toma de los rehenes en la embajada, que paralizó al mundo por tres o cuatro meses. Estaba toda la prensa internacional, incluida la prensa japonesa. Fue una noticia enorme. El día de la liberación de los rehenes, Reuters se paralizó; no entraban fotos de nadie, solo las de Perú. Eso no sucede a menudo.
Sí, Perú es un país que sorprende, tanto para bien como para mal. Recuerdo cuando Machu Picchu fue elegida una de las maravillas del mundo, fue una noticia gigante. Es algo que no siempre percibimos como tal, pero tiene un gran impacto internacional. Un ejemplo de esto es el interés que tienen los chinos, especialmente ahora con la visita de Xi Jinping, su presidente. Están fascinados con Caral. De hecho, fuimos a cubrir el aniversario de los 30 años de labores de investigación y conservación en Caral y realizamos un reportaje especial sobre ello.
Esas son noticias que salen del Perú. Es alucinante que tengas arqueología todo el tiempo. Los descubrimientos arqueológicos impresionan a nivel internacional, mientras que aquí solemos concentrarnos únicamente en las cuestiones políticas. Sin embargo, para otros países, nuestros problemas políticos son secundarios; lo que realmente les interesa es nuestra riqueza cultural. Por ejemplo, Caral, la ciudad más antigua de Latinoamérica, es un tema fascinante. Entrevistamos a Ruth Shady en dos ocasiones, y las fotos de esas entrevistas han sido ampliamente publicadas, incluso en medios internacionales de China, donde hicieron reportajes especiales. Esto demuestra el valor que tiene nuestra herencia cultural fuera del país.
Perú no solo genera malas noticias. Las historias sociales aquí son muy potentes. En una ciudad tan compleja como Lima, marcada por la escasez de agua y otras adversidades, surgen ejemplos de resiliencia como los comedores populares, que son historias inspiradoras de superación. A pesar de ser una ciudad en medio del desierto, su gente encuentra formas de salir adelante. Estas son historias hermosas que vale la pena contar, y muchas veces resultan más interesantes para un concurso que los problemas del Congreso.

Creo que, en ciertos momentos, los ganadores del concurso tienden a ser de Brasil o Argentina.
Brasil es un continente en sí mismo, con millones de periódicos y una diversidad de contenidos que lo hace único. Sin embargo, la riqueza cultural y arqueológica de Perú destaca de una manera especial, superando a la mayoría de los países vecinos en cuanto a la generación de notas diversas. Un ejemplo claro es el descubrimiento de la Señora de Cao, que fue una noticia de gran impacto internacional. Este tipo de hallazgos son de enorme importancia y representan un patrimonio que otros países, como Argentina, simplemente no tienen.
¿Qué esperas del World Press Photo 2025?
Primero, es importante mencionar que el World Press Photo 2025 juzgará las fotos tomadas en 2024, como siempre ocurre, evaluando el trabajo del año anterior. Para 2025, espero que participen muchos más fotógrafos peruanos y de la región. Es fundamental que no se limiten pensando que solo grandes noticias o temas de interés internacional tienen cabida. Historias personales, emotivas, y bien contadas también tienen un gran valor.
Animo a los fotógrafos a atreverse y enviar su trabajo. Creo que muchas veces perdemos más por no participar que por intentarlo. Lo digo por experiencia: en varias ocasiones he querido participar, pero el tiempo se pasa, las circunstancias del día a día nos absorben, o el trabajo en los medios nos limita. Es crucial ver estos concursos como una oportunidad para reflexionar sobre lo que somos como fotógrafos.
Más allá de ganar o no, participar es un momento de introspección: pensar en las historias que hemos contado, en lo que hicimos bien, en lo que queremos mejorar, y en aquello que aún nos falta por explorar. Es un desafío que vale la pena asumir. También es importante leer bien las reglas para no cometer errores de formato o envío, pero, sobre todo, tener el valor de presentar nuestras historias. Es una experiencia muy enriquecedora y un reto bonito que todos deberíamos considerar.
¿Qué recomendarías a un joven fotógrafo que desee especializarse en fotoperiodismo, comenzando a nivel local y aspirando a los campos internacionales? ¿Qué consejos le darías para desenvolverse de la mejor manera posible en este oficio?
Siempre les digo a los jóvenes fotógrafos, incluido a mi hijo, que también está formándose, aunque no necesariamente en fotoperiodismo: “Tomen fotos”. Dedícale tiempo a salir con tu cámara, sin celular ni distracciones. Prepara tu equipo y simplemente sal a fotografiar. No esperes a que te contraten o te llamen, porque el verdadero fotógrafo es quien toma fotos por iniciativa propia.
Lo más importante es practicar constantemente. A través de esa práctica, comienza a preguntarte: ¿Qué quiero expresar con mis fotos? La cámara es un medio para contar historias, para transmitir un mensaje. Reflexiona sobre qué quieres decir y, al mismo tiempo, mira el trabajo de otros fotógrafos. No te limites a Instagram; aprovecha los recursos que hoy tenemos, como las páginas de Magnum y otras plataformas que ofrecen acceso a un vasto archivo de fotografía de calidad.
Fotografiar no siempre significa capturar grandes noticias. Como fotoperiodistas, fotografiamos lo que nos rodea, lo cotidiano. Recuerdo cuando estudié en la Universidad de Misuri, donde nos enseñaban a fotografiar lo que teníamos más cerca. Venía de una Lima convulsionada, llena de bombas, del fin del mundo, y de pronto me encontraba en un lugar donde todo parecía perfecto, sin nada “importante” sucediendo. Sin embargo, ahí aprendí una lección clave: cómo transformar situaciones aparentemente simples en algo extraordinario.
Mi primera tarea fue cubrir el primer día de clases en la universidad. Al principio me pareció trivial, incluso absurdo después de haber vivido en un contexto tan extremo, pero resultó ser un desafío increíble. ¿Cómo puedes hacer de una situación aparentemente aburrida algo extraordinario? Esa es la esencia de un buen fotógrafo: no esperar grandes maravillas, sino ser capaz de crear algo bello y creativo con lo que tienes frente a ti.

Una de las mejores lecciones que aprendí fue fotografiar la vida cotidiana de otras personas. En Misuri, nos asignaron documentar un día en la vida de un compañero, y tenías que narrar su rutina con solo 12 imágenes. Fue un ejercicio precioso, porque te enseñaba a buscar lo extraordinario en lo más normal. Por eso, mi consejo es este: no dejes de tomar fotos. Reflexiona sobre lo que quieres contar, confía en tu instinto, y no te dejes abrumar por la saturación de imágenes que vemos a diario.
Para finalizar, si pudieras hablar con la Mariana Bazo de hace 30 años, justo antes de ingresar a Reuters, ¿qué le dirías?
Con fe, que el lugar al que quería llegar no estaba tan lejos ni era tan difícil como parecía. Que sí iba a lograrlo, porque muchas veces lo que más genera incertidumbre es ese deseo profundo de alcanzar algo sin saber si realmente será posible.
También le diría que estaba bien, que volvería a hacer todo tal como lo hizo, con los errores incluidos, porque esos errores también la llevaron a donde está hoy. Esa pasión por tomar fotos sigue intacta, y eso es lo más importante: mantener viva la pasión.
Lo más hermoso es que ahora puedo compartir ese amor por la fotografía con mi hijo. Es como si la fotografía me hubiera dado una vida, no por el lugar donde trabajé, sino por la relación tan personal que construí con algo que me apasiona profundamente. Es eso lo que define a una persona: no su trabajo, sino las ganas de hacer algo, la pasión por ver el mundo desde una perspectiva única.

Entrevista: Luis Cáceres Álvarez