La pulsión de documentar un país

La pulsión de documentar un país

Una marca de fuego en el registro del fotoperiodista Rodrigo Abd

El fotoperiodismo le permitió cruzar conflictos en medio oriente, presenció los gritos y sollozos que generan los caudillos, vivió en Guatemala en tiempos de incertidumbre y violencia. Pero, tiene una queja sobre el país en el que vivió durante ocho años que lo atormenta cada día: ¿Por qué es más fácil fotografiar en Afganistán que en el Perú?

Aún tiene fresco el recuerdo de la Lima que lo vio partir. Sobre todo, de su dureza. Esa que se refleja en el paisaje, en las expresiones de la gente, en la geografía. Para él, la ciudad fue muy caótica y poco amigable por las condiciones extremas en las que vive gran parte de la población.

Así, recuerda como un puñado de fotoperiodistas cubre las protestas de agricultores de finales de 2020 en Ica -por parte de quienes denuncian ser víctimas de maltrato y malas condiciones laborales- . Ellos registrarán a uno de los suyos siendo cargado en hombros cuando se enteren que el Congreso de la República se puso de su lado. En el Perú, donde todo puede ser gris, también instantes con mucho calor humano.

Los manifestantes lo apodaron “Barrabás”. Reían de él, y esto rompió el hielo en medio del desierto, al sur de Lima. Claro, hubo momento de tensión: “siempre está la idea de que el periodista viene a joderte más la vida”. Pero “nos reconocían a pesar de la bronca histórica con el periodismo. Estábamos contando su lucha”, confiesa. Tras tres días de quejas, sudor y sed, explotó el júbilo. En el marco de ese espontáneo festejo, lo miraron y gritaron: “¡Gracias Barrabás! ¡Gracias por estar con nosotros!” Lo tiraron al cielo. Rieron.

Rodrigo Abd (Buenos Aires, 1976) es un melenudo barbón que se siente comprometido con la polifonía de voces, con el registro de tristes y contentos y, por qué no decirlo, con el oficio de ponerse en el lugar de los otros que es el fotoperiodismo. Él explora tanto el lado A como el lado B de las situaciones que tiene al frente porque pone el cuerpo. “Me frustro, reflexiono y quiero volver. La fotografía me devuelve satisfacciones. Me devuelve haber aprendido de los fotografiados todo el tiempo”, dice.

Parte de la independencia de Abd en la agencia de noticias internacional Associated Press (AP) se debe a que recibió uno de los principales galardones para un periodista, el premio Pulitzer, en 2013. Su carrera como fotógrafo empezó a finales de los noventa en los periódicos argentinos La Razón y La Nación. Desde 2003, Abd perteneció a AP como corresponsal en Guatemala —con excepción de 2006, que estuvo en Kabul, Afganistán—. Luego, estaría en coberturas especiales como la agitación política en Bolivia, en 2003, y Haití, en 2004. Así como en las elecciones presidenciales de Venezuela, en 2007 y 2012, y el terremoto en Haití, en 2010. En este último año, estuvo dos veces junto a tropas estadounidenses en la provincia de Kandahar, en Afganistán. Al año siguiente cubriría el conflicto político en Libia. Y en el 2012, vería el conflicto armado sirio. Luego, aceptaría vivir en Lima hasta el 2021 para observar de cerca la crudeza, la incertidumbre, las frustraciones y sensibilidades peruanas.

Además del Pulitzer, consiguió dos veces el World Press Photo, en 2006 y 2013, aunque le parece absurdo darles importancia a los premios, “puede ser un trampolín, pero también un peso para el trabajo de los fotógrafos al no encontrar algo que esté a la altura de lo que fue premiado. Tomémoslo con pinzas. Ni somos mejores por haberlos ganado ni somos peores por no haberlos ganado”. Más bien la pregunta es: “¿qué viene ahora?”.

Rodrigo confiesa que llegó a la fotografía no por el arte ni por la antropología, aunque a veces rocen. Siempre quiso ser periodista, un plumisha, pero llegó a ser un rebelde que habla con imágenes. Encontró una forma de no estar atado a un escritorio. Le interesó estar en contacto con la calle, la actualidad, los procesos políticos y los cambios sociales. El reto del campeonato es el qué y el cómo lo contamos. El esfuerzo que implica llenar una agenda de contactos, estudiar la historia, encontrar un ángulo, tomarse el tiempo de ir, de permanecer. Y luego, jerarquizar en la edición. “Eso es lo que aún conservamos”, dice, “eso es lo que nos diferencia”.

Por ello, al ojo se le ejercita, se le tensa. Se convierte en su principal músculo. “Esa rápida jerarquización de elementos en un cuadro lleva muchos años. Es una gimnasia”. A veces hay temas que tenemos al lado y no los valoramos tanto como una persona que descubre todo por primera vez. Rodrigo ha tensado esa mirada de encontrar elementos que parecen intrascendentes, pero cuando comienza a documentarlos encuentra un cuerpo que tiene fuerza, impacta y se convierte en un relato que merece ser contado. Dice que es una cuestión de curiosidad personal que te empuja a mirar más. “Hacer fotografía es esa necesidad, esa pulsión, de documentar lo que estás viendo a pesar que haya un conflicto de sacar la cámara en cualquier lado”.

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El apellido Abd es sirio. Sus abuelos vienen de Homs, “el primer bastión rebelde que fue aplastado, completamente, durante la guerra civil y mis abuelos, mis tíos, gran parte de la familia, se fueron a Buenos Aires”. Se asentaron al sur, en Banfield. “Mi papá es como la primera generación de argentinos de hijos sirios. Mis abuelos hablan muy mal el español. Entre ellos solo hablan árabe”.

Cuando se le pregunta por si hay esperanza al pensar en un continente unido similar a Europa, responde: “Estamos muy lejos. Más que una unidad geográfica y política, empecemos a ser una sociedad más igualitaria, más justa. Esa sociedad más inclusiva va a ser la gran solución a los temas. Parte de la ebullición y de la frustración que hay es porque estamos en un lugar muy inequitativo, muy injusto, donde hay carencias para millones de latinoamericanos”. Y cierra la idea: “Ese es un gran reto para los colegas: conservar la memoria de nuestros pueblos de una manera honesta y profunda… Me encantan las noticias, pero los proyectos personales de largo aliento son los más lindos”. Por eso, quiere ganar en profundidad. Concebir trabajos que permitan unir temas en Latinoamérica. “No solo hacer pequeñas historias si no contar mejor nuestro continente con sus complejidades, pero con sus unidades también”.

Podría decirse que en su obra fotográfica hay diversión, algo de jocosidad en momentos difíciles, pero un severo Abd responde: “Yo no soy ese fotógrafo serio. Yo no soy Natchwey que llega a los lugares como un monje con su cámara. Yo me pongo a jugar al fulbito con la gente. Eso es lo que me gusta. El proceso de disfrutarlo, de hacer amigos, el proceso de entender”. Sin embargo, asegura que también pasa por momentos de sequía, de incertidumbre, de no saber por dónde agarrar, de no encontrar qué hacer bien. “No la veo ni cuadrada”, dice como rezan en la Argentina jugando fútbol cuando no aparece la pelota. “La buena fotografía es la que se queda contigo, la que queda pegada en tu cabeza porque sensibiliza. Te hace ver el mundo de una manera distinta. Interpreta la realidad de una manera que vos no habías pensado”.

Le gusta mostrar contradicciones en sus fotografías: No porque haya habido un terremoto, no habrá chicos jugando entre los escombros. No porque haya habido una protesta política, no habrá dos mujeres besándose en la calle. No porque haya una persona en un hueco en Madre de Dios, no podrá jugar con su hijo al lado de la batea donde deposita el oro que encuentra. Todo eso pasa delante de sus ejercitados ojos: El drama, la felicidad, la desesperación. Abd considera que hay un diálogo natural entre lo subjetivo y lo objetivo. Es inevitable: “Siempre a la hora de fotografiar se pone eso en juego”, dice, “al final cuando uno está en la calle es todo lo que aprendió, lo que ha investigado, las curiosidades en las lecturas, la educación formal e informal, eso lo puede volcar en un cuadro, en un clic”.

Si tuviera a Josef Koudelka al frente suyo, le preguntaría cómo sigue tan lúcido, tan activo, tan apasionado a su edad, después de tanto movimiento. Rodrigo al mirar sus influencias reafirma sus gustos tan heterogéneos y dispersos. El italiano Paolo Pellegrin, el francés Gilles Peress, el estadounidense Bruce Davidson, el canadiense Larry Towell, su compatriota Adriana Lestido. Y por supuesto dos faroles en su paso por Centroamérica: Jean-Marie Simon en Guatemala y Susan Meiselas en Nicaragua.

Abd no se considera un fotógrafo de guerra sino un “fotógrafo de conflicto”. Enfatiza que es una persona alegre sumergida en desgracias y melancolías. “El conflicto no solo está en las guerras tradicionales”, dice, “la guerra por el agua en Villa María del Triunfo o la lucha por el derecho al aborto de las mujeres son pequeñas batallas dentro de una guerra. Me gusta meterme en esas trincheras para entenderlas, dónde quiero poner mi cámara y encontrar mi propia voz dentro de esos conflictos”. Rodrigo tiene ese acercamiento a situaciones donde uno no entraría ni de a balas. Más bien, es un viajero que se queda el tiempo necesario.

En su opinión, lo que un buen fotógrafo necesita es la rapidez. Adelantarse a lo que pasará. “Hace 20 años lo intento. Pero, no soy bueno haciendo eso. Siempre hay alguien más rápido que yo. Lo que sí tengo es que, si debo volver 20 veces, voy a volver 20 veces. Si tengo que llegar a las 3 de la mañana, voy a llegar a las 3 de la mañana. Si tengo que tomar mate con un tipo dos horas, lo voy a hacer. Tengo ojo para ver por dónde hay una historia”, se sincera.

Así, le jode mucho que el fotoperiodismo siga siendo visto con demasiado glamour. Le parece absurdo, incluso, inmoral. “El fotoperiodismo es un trabajo que si lo tomás en serio, es muy demandante. Pensaría dos veces en ir a un conflicto con trincheras abiertas. No viajaría meses seguidos sin ver a mi familia. Uno siendo joven y freelance lo puede hacer, pero ya no”. Dice también que no somos ni víctimas ni héroes porque hay en medio un montón de gente a la que retratan y que la pasa muy mal antes, durante y después de la cobertura. “Tienes que embarrarte de la cintura para arriba y de la cintura para abajo”.

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“Yo quería contar lo que pasaba en Perú de la mejor manera. Hice un esfuerzo enorme desde el primer día”.

Nos encontramos justo al frente del Congreso cuando el ex presidente Martín Vizcarra lo cerró el 30 de septiembre de 2020. “Yo creo que Perú entra como a un despertar noticioso en los últimos años”, dice, “los temas estaban ahí, pero estaban de alguna manera tapados por ese ‘progreso económico’. Todo el mundo estaba un poco iluminado por esa falsa idea de crecimiento en créditos y consumo, y que la pandemia viene a tirar por los aires”.

Durante lo primeros meses de declarada la emergencia sanitaria originada por el SARS-CoV-2 en el Perú, no logró ir a la sierra. Solo mantuvo su presencia en la costa y en la selva por las noticias que salían a la luz. El primer día de confinamiento de los limeños estuvo en la calle. Sin parar. Luego, vería los mercados, las colas, los cementerios, cubriendo desde distintos ángulos. “Los problemas estaban desde antes. La pandemia viene a mostrarnos todo en la cara. Pobreza estructural, aquí está. La falta de agua, aquí está. Que hay lugares donde solo llega el oxígeno por barco está aquí. Que hay lugares donde la gente tiene que reunirse para poder comer a lado de una olla porque le da solo para ese día de trabajo, está aquí. Que hay gente que no tiene seguro médico, miles están aquí. Que no hay camas en los hospitales está aquí”, sostiene.

Rodrigo cuenta que una de las comisiones que lo marcó fue que los venezolanos migrantes, sin papeles, muchos cobrando menos del sueldo mínimo cargaran a los peruanos muertos por el nuevo coronavirus. “A veces vemos que la sociedad estigmatiza a determinado grupo y ese mismo grupo de gente termina apoyando en una crisis sanitaria enorme. ¿Cuántos médicos venezolanos han trabajado por el Perú para salvar vidas peruanas? Eso me ha conmovido”, reflexiona. “El Perú es azotado por la crisis y venezolanos cargan a sus muertos” se tituló ese reportaje para la AP y dio la vuelta al mundo.

Si la pandemia por la COVID-19 acabara mañana, a Rodrigo le gustaría seguir registrando la importancia del oxígeno en los centros de salud y los efectos del proceso de vacunación en el resto del país, a esos lugares donde el Estado no ha llegado aún. “Historias van a haber muchas. La cuestión es tener la capacidad de contarlas bien”, resalta. Todos los días tenemos el miedo cuando llegamos a nuestra casa de qué es lo que estamos haciendo. Eso crea un estrés sistemático y que esté con nosotros todo el tiempo hace que la cobertura sea agotadora. Es difícil porque no hay frentes de batalla. No hay escenarios o lugares reconocibles. “No tenemos tantas certezas y eso hace que la cobertura sea tan desgastante”, dice.

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Un manifestante grita: “¡Un muerto! ¡Un muerto! ¡Ya hay un muerto! ¡Cállense! ¡Un minuto de silencio!” a las 9:55 de la noche frente a la sede del Poder Judicial en el Perú tras recorrer las principales avenidas del Centro histórico de Lima en protesta contra el gobierno de Manuel Merino de Lama. Se escucha a la multitud enardecida después: “¡Asesinos! ¡Asesinos!”. La policía había disparado lacrimógenas y perdigones lejos de esas quejas. Rodrigo estaba en primera línea y le hirieron en el brazo, por suerte lesiones superficiales. “Yo creo que no fue un disparo hacía mi como periodista, lo que sí creo es que estuve en un lugar donde la policía sí reprimía de una manera desproporcionada a la gente. De que fue desproporcionado fue desproporcionado. De que la gente debía pasar a manifestarse, libremente, debería haberlo hecho”.

“Ese día yo tenía un casco y una máscara antigas. No llevé chaleco porque en ningún momento pensé que la policía iba a disparar como lo hizo. Tirar perdigonazos a unos cinco metros es como tirar a matar. Después de vivir ocho años en Lima me sorprendió la forma en que la policía disparó contra los manifestantes. Fue algo muy inusual”, confiesa, “hay una sensación de empoderamiento de la gente desde la calle. Cuando Merino renunció a las 10 de la mañana, se sintió eso”.

Para Rodrigo, siempre es bueno apuntar la cámara al lugar que nadie apunta porque eso dará una visión mucho más rica de lo que está pasando. “Muchas veces el periodismo tiene momentos donde todos apuntan para allá, para allá, para allá. Está bien, pero voltea un poquito. Tal vez la historia no está tanto por donde todos están apuntando”. Menciona que, durante estas protestas, hubo fotógrafos que consiguieron imágenes increíbles, pero que jamás fueron publicadas. Considera a los medios peruanos como conservadores de las estructuras de poder que gobiernan desde hace varios años. “Siento que los medios en el Perú lo que hacen es pegarle al más débil, al ambulante, al jodido. Ese tipo es el que está siempre machacado por una imagen que lo condena”.

“El Perú fue, físicamente, el país más demandante” porque identifica al peruano como muy reacio, un ser que no quiere compartir lo suyo, porque si le sacan una imagen, luego contestaría: ¿Por qué me quieres joder? Muchos piensan que uno no es fotografiado para algo bueno sino para algún tipo de denuncia. Sobre todo, cuando hay crisis o conflictos sociales. “He visto que también es un país muy racista, muy clasista, pero no lo he sabido documentar. No ha podido”.

“Es mucho más difícil fotografiar en el Perú que en Afganistán. Por la dificultad. Tú, en Afganistán, levantas una cámara y todo el mundo quiere, sos bienvenido, sos un amigo”. Cuando Abd reitera sobre esa dificultad de tomar fotos en el país, se refiere al encuentro inicial con el otro por la desconfianza y el temor. “Es un lugar hostil para levantar una cámara, pero al mismo tiempo se creen lazos increíbles con la gente”.

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El Perú ha marcado con fuego a Rodrigo, quien, junto a Lorena, su esposa, han criado a su hija Victoria durante toda su infancia. En estos últimos ocho años han hecho legendarias amistades y construido innumerables historias enlazadas al país que decidió documentar. Los colegas peruanos estuvieron muy apenados por su regreso a Argentina porque siempre daba palabras de aliento, referencias y risas.

Aún tiene fresco el recuerdo de la Lima que lo vio partir. Se emociona al detallar qué pasó cuando le dijo a Victoria que se mudarían a Buenos Aires. Ella no quería. Lloró mucho. Le dijo que amaba al Perú. No quería decirle adiós. No estaba preparada. Ellas se fueron un poco antes, “nunca me voy a olvidar cuando las acompañé al aeropuerto”, guarda silencio, “es lo mejor para ella, estar acá con la emoción de la familia, de los abuelos, al final vamos a volver a ver a los amigos”. Siempre se puede volver.

Descripción de la portada: En esta foto del 9 de julio de 2016, Rosa Carcabusto, de 29 años, y su hija María Luque, de 13, frente a su casa antes de preparar una sopa de trigo y papas disecadas para la cena en San Antonio de Putina, en la región de Puno, Perú. En los pueblos ubicados a casi 5000 metros sobre el nivel del mar, las temperaturas descienden hasta los -20 grados durante la temporada invernal, produciendo nieve y la muerte de miles de alpacas y ovejas, único sustento de los campesinos indígenas de la región de Puno, sureste del Perú. (AP Photo/Rodrigo Abd)

Este artículo fue, originalmente, publicado en la quinta edición de FOT. Revista Peruana de Fotografía e Investigación Visual en el 2021. El autor del texto es Luis Cáceres Álvarez. Todas las fotografías pertenecen a Rodrigo Abd. 

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