Hace poco leímos El fotoperiodismo en Argentina de Siete Días Ilustrados (1965) a la Agencia SIGLA (1975) publicado en el 2020 por Cora Gamarnik, doctora en Ciencias Sociales, docente y coordinadora del área de Estudios sobre Fotografía de la Universidad de Buenos Aires. Esta es una excusa para resaltar algunos de sus pensamientos en torno a nuestra profesión y estimular la discusión sobre el tema en el Perú.
Gamarnik señala que es alentador que exista una gran diversidad de fotoperiodistas con muchos temas, creatividad y profesionalismo, lo que resulta en la calidad de las imágenes y del territorio documentado. Pero, al mismo tiempo, hay una precarización laboral en los medios, una reducción de los planteles estables de fotógrafos y la pérdida de derechos laborales.
Considera que muchos ejercen el fotoperiodismo por convicciones políticas o personales mientras laboran en otros asuntos. Esto se aplica no solo a los trabajadores que pertenecen a las principales empresas periodísticas, sino también a los colectivos fotográficos y los freelance que realizan una cobertura con agenda propia. Su reflexión se detiene en el caso de los colectivos por cómo se representan a sí mismos y por cómo combaten los estereotipos, la discriminación y el estigma con el que fueron narrados y mostrados históricamente.
Para Gamarnik, el fotoperiodismo es siempre una práctica contextualizada. Con esto quiere decir que si hay un Gobierno que reprime, la poesía, la experimentación visual, la metáfora pierden espacio porque la urgencia genera las fotos que registran esa violencia. “Se pueden hacer las dos cosas, pero si te están tirando con balas de goma y gases lacrimógenos puedes sacar un tipo de fotos. Eso pasó en Chile, Colombia, Ecuador. Los fotógrafos se volcaron a registrar la protesta social y la represión. Y era lo que se necesitaba en ese momento”, sostiene.
Destaca que la mayoría utiliza las redes sociales para mostrar sus trabajos y le preocupa que esas imágenes se pierdan en la vorágine del espacio virtual. Influyen en el debate público y en los acontecimientos cotidianos, pero a diferencia de los proyectos publicados en las empresas de noticias, estas fotografías no permanecen en archivos accesibles. Como resultado, cada vez es más difícil encontrar “archivos del presente, archivos de la urgencia”, dice.
Por otro lado, cuenta que existe una importante tradición, al menos en Argentina, de organización de los fotógrafos para mostrar su trabajo, desde la época de la dictadura militar. Cada año se realiza una exposición de periodismo gráfico. Se trata de un evento donde se presenta al público fotografías seleccionadas por los fotoperiodistas. La muestra atrae a miles de visitantes no solo en la capital, sino también en otras ciudades del país, lo que genera reconocimiento para las obras, que luego son incluidas en un catálogo impreso y guardadas en el archivo de la Fototeca de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA). “Es una fuente muy valiosa donde se encuentra debidamente catalogado y cuidado lo mejor del fotoperiodismo argentino”, enfatiza.

Según la investigadora, estamos en un periodo de transición y de reconfiguración de los medios de comunicación tradicionales y del lugar que ocupan en el debate público. Las imágenes tienen ahí un papel crucial porque son usadas para crear fake news. En este sentido, la democracia está cada vez más en riesgo porque no podemos comprobar la desinformación creada para apoyar ciertos intereses: “Hay verdaderas campañas de intentos de engaño a la población. Instalación de temas de agenda, mentiras deliberadas, ataques a personajes públicos”.
Además, existe la “segmentación de las audiencias”. Gamarnik considera que este fenómeno es una “autodefensa” frente a la mentira, pero también es gravísimo para la construcción de una democracia porque reduce mucho el acceso a la información de públicos tan segmentados como los sectores juveniles que ya no ven televisión, no leen diarios y no escuchan radios. “Se ‘apagan’ respecto a la información, se desconectan o se informan solo con lo que aparece en su Instagram a través de su red de amigos. Eso genera nichos muy cerrados en donde no se dan diálogos con otros sectores”, destaca.
Cree que es importante distinguir entre el fotoperiodismo en sí y las imágenes premiadas en los concursos de fotoperiodismo. ¿Este giro hacia lo subjetivo tiene algo que ver con lo sorprendente, lo espectacular, la moda visual del momento, o la propia naturaleza del concurso, que premia la combinación de lo subjetivo y lo político? Algunas miradas están relacionadas con lo que pase, el jurado de ese momento, o con fotografías que son fáciles de entender en cualquier contexto. No obstante, también es un problema uniformizar los tipos de imágenes ganadoras.
Subraya que es imposible convertirse en fotoperiodista sin una mirada artística de la realidad, tener una mirada privilegiada y aguda sobre los acontecimientos. Para ella, el fotoperiodista debe condensar una experiencia vivida en una imagen, crear en el lugar de los hechos desde la urgencia, lograr síntesis visuales. Sin embargo, las imágenes pasan a estar mediadas por los discursos de los medios para los que trabajan. Le parece que la ventaja actual es que los fotógrafos usen sus propias redes, espacios de exhibición, de publicación, para exponer sus propias fotos.
Para Gamarnik, las fotografías por sí solas no hacen la historia. Pueden ser técnicamente excelentes, artísticamente impactantes, políticamente significativas, pero debe haber actores sociales que las empujen, las sostengan, o que las hagan visibles, porque cuando miras una fotografía, “el acontecimiento vuelve a suceder, el ser querido te vuelve a mirar, vuelves a estar en ese lugar que estuviste. Por eso la fotografía se relaciona tan bien con la historia y con la memoria”, finaliza.
Todas las fotografías pertenecen a Jose Vidal.