Sobre el libro Los Peruanos y el archivo del mítico fotoperiodista Carlos “Chino” Domínguez
El libro fotográfico Los Peruanos, de Carlos Domínguez, es una pieza clave de la historia del fotoperiodismo en el Perú. Su contenido es doblemente importante, como una mirada cercana a los acontecimientos y personajes trascendentales de finales del siglo XX, y como una obra gráfica elaborada a partir de la narrativa visual, generando, con sus imágenes, un discurso sobre lo peruano. Esta reseña intenta descifrar ciertas claves impresas en sus páginas para entrar en el terreno de la memoria y el valor del archivo fotográfico del autor.
El 17 de febrero del 2021 se cumplió una década del fallecimiento del mítico fotoperiodista Carlos “Chino” Domínguez (1933-2011), quien nos entregó “los mil rostros del rostro peruano” de la segunda mitad del siglo XX a partir del registro fotográfico de la cultura, la política y las calles. El historiador Pablo Macera, al final de su prólogo en la segunda edición de Los Peruanos (America Leasing, 1999), señaló “somos un país maravilloso y maltratado donde el futuro pugna”.
Eran fines de la década del setenta y este fotógrafo, corajudo y terco, se defendía de los golpes de la política a punta de patadas para conseguir primicias. No importaba si el operativo era peligroso o arriesgado. Tenía que estar donde estaba la noticia. De este modo, todos sus amigos dirían que fue un maestro que enseñó rapidez, intuición e improvisación.
Domínguez antes de publicar Los Peruanos editó con los periodistas Guillermo Thorndike y con Raúl Sagástegui: El año decisivo (1980) respecto al tránsito del gobierno militar a la democracia. Y, simultáneamente, llegaría La república militar 1930-1980. También con Thorndike. Los primeros libros fotográficos donde Domínguez trasladó su voluminoso archivo. Después publicaría Los apachurrantes años 50 (1982, otra vez con Thorndike) Cuando ocurrió la tragedia que enlutó al periodismo, apareció Uchuraccay. Testimonio de una masacre (1983). Era muy exigente, pero sabía que había limitaciones técnicas en cuanto a la impresión. Siempre buscó periódicos y revistas que tuvieran la mejor calidad para situar sus fotografías. Y, no cabe duda, le molestaba que utilizaran su trabajo sin su permiso.
Para Fernando Obregón Rossi y Alberto Escalante, cómplices en las dos ediciones de Los Peruanos, el trabajo de Domínguez, más que una colección de fotografías, es un ensayo fotográfico del Perú. Los Peruanos (Hechos & Fotos, 1988) distribuye las imágenes con textos, abridoras a doble página y cuadros más pequeños, encontrando así una narrativa visual que acompaña y guía al lector. Esto fue producto de una lectura más íntima que el autor realizó en mesa. Tenía las fotografías tiradas en el piso de su casa, las ampliaba y sobre eso editaba. Los recursos económicos de esa propuesta permitieron el “capricho” de darse el tiempo para preparar su libro con cuidado. “El que quedaría”, cuentan los involucrados. Los textos fueron escritos por el poeta Reynaldo Naranjo.
La primera edición, publicada en 1988 gracias a un auspicio otorgado por Concytec, es limpia y clara. Todas las fotografías están en blanco y negro a excepción de las elegidas para la portada, que presenta tres fotografías a color y una en blanco y negro. Esta edición goza de un diseño sencillo y está impresa en papel couché de modesto gramaje. La segunda, en cambio, publicada por America Leasing en 1999, tiene mayor volumen de gramaje en sus páginas y un diseño mucho más moderno. Fue una publicación de lujo para la época. La única observación que dio el autor fue que todas las fotos estaban bañadas de un color tipo sepia que le quitaba la esencia del blanco y negro, esa atmósfera artística.
El intenso grado de sugestión que tienen sus imágenes muchas veces se debe a la ausencia del color. “El Perú es un país en blanco y negro”, decía. Fue uno de sus recursos expresivos fundamentales como reportero gráfico: “Para el fotógrafo profesional, las tonalidades del blanco y negro te dan una gama de temperatura, de emoción, que obliga al lector a que pueda leer e interpretar. La gama de tonos en grises y en negro intenso es la vida propia nuestra”.
En su obra, también se puede sentir la estrecha relación que tuvo con los poetas de Hora Zero, un movimiento vanguardista de la década del setenta que proponía una mirada más cercana a la vida diaria, a las clases marginadas, y a la realidad del Perú. Sus compañeros lo recuerdan como un hombre culto, que hablaba siempre con metáforas y figuras literarias. En el programa Presencia Cultural señaló que el fotógrafo peruano es un muy audaz, pero lo que le falta “es un poco de cultura”. Y compartió uno de sus secretos:
“El poeta, novelista o narrador dice todos los acontecimientos de una circunstancia desde el ambiente, la luz, el personaje a quien describe. Eso es casi una fotografía escrita. Entonces, si el fotógrafo lee una novela de Hemingway o Thorndike te das cuenta que son muy minuciosos en el detalle, son fotografía de texto. El peruano es muy bueno sin leer, si leyera, sería excelente”.
El autor supo capturar los contrastes de los rostros de políticos en momentos fundamentales de la historia peruana. Pero, también la vida cotidiana en la ciudad y en el campo. Macera sostiene que existen dos ejes claros en el arte-testimonio del país a lo largo del siglo XX. Estaba Chambi y estaba Domínguez. Pero en qué sentido sus fotos son también poesías que hablan de lo cotidiano: En una imagen, una niña sueña con la penuria, abrigándose al costado de un balón de gas mientras se sancochan uno huevos en el Puesto ambulante de comida (1975), en medio de las calles. Si una fotografía no transmite algo, por más perfecta que sea técnicamente, se olvida. Difícilmente podríamos olvidar esta imagen paradójica de la niñez y la informalidad.
Puesto ambulante de comida (1975)
Domínguez utiliza la secuencia como recurso fotográfico para expresar su sensibilidad por lo cotidiano. De la página 40 a la 43, está Los hijos del asfalto: Un hombre se acerca a descubrir a otro durmiendo en el suelo, al lado de un auto. Fue también un maestro del retrato. Las páginas siguientes recogen una serie de retratos psicológicos a diversos intelectuales de la época. Algunos dubitativos, alegres, despreocupados o atentos como la periodista Doris Gibson de espaldas a la pintura de Sérvulo Gutiérrez, en Cristo de Luren (1965), o el Decimista Nicomedes Santa Cruz (1974). Poseía la habilidad para generar una sensación de intimidad con sus retratados, como si no hubiese cámara y ellos quedasen en la soledad de sus pensamientos mientras contaban la historia de su vida.
Por si fuera poco, también están las fiestas y las tragedias. La imagen de Augusto Ballón (1978), compañero de canto de Felipe Pinglo, bailando con su esposa Teófila “Coco” Ramírez, sintetiza su cariño por esa jarana que tanto llamó su atención. Como esas experiencias en lo sórdido de los penales, que el oficio le otorgó porque, justamente, donde está la noticia debe estar el periodista. Los encuadres de fuego de Limazo, la huelga policial ocurrida el 5 de febrero de 1975, en Lima, donde nos muestra su intrépida vida entre los sustos, la perseverancia y la suerte. En suma, todas sus imágenes nos invitan a conocer cómo fuimos y somos los peruanos. Su obra pretende hacernos recordar que nuestros vicios y nuestras virtudes se han quedado intactos en más de cuatro décadas.
Carlos “Chino” Domínguez le dio, como nadie en su tiempo, un gran valor al archivo. Apuntaba a que el país tuviera un “gran museo de la fotografía” donde se guarde material de diferentes rincones del territorio nacional. “En provincia hay muy buenos fotógrafos y los archivos han desaparecido”, replicaba, “lo que falta es un orden, un control, para mantener esta memoria fotográfica”. En 2009, Domínguez vendió parte de su archivo a la Universidad Alas Peruanas, aunque, según Obregón Rossi, no estuviera preparada para tal encargo. El archivo se dispersó. El mismo Domínguez lo fragmentó en seis o siete partes. A su hija le dejó las imágenes de los intelectuales y a otros compañeros les tocó las imágenes más periodísticas. Lo que buscó con esto, fue que le dieran a su archivo el mismo valor cultural e histórico que él le otorgó.
Por ello, hay una obligación con la cultura peruana al abrir las ventanas de par en par y compartir las historias de luces y sombras en las imágenes del mítico Carlos Domínguez. En lo personal, siempre he visto a Los Peruanos —que ahora solo puede ser encontrada en las viejas colecciones de ciertas librerías— como un espejo donde nos miramos y reflexionamos. Los Peruanos es un mosaico social contemporáneo y atemporal. Este libro puede servir a los jóvenes fotógrafos como ejemplo para jerarquizar el tratamiento fotográfico en la edición. En su trabajo hay lecciones de vida e imágenes cargadas de significados, en suma, una radiografía de nuestras lamentaciones, victorias y tropiezos como peruanos. Así, debería pensarse en una nueva entrega que rescate lo mejor de ambas ediciones, los slides a color que tomó para las portadas del diario La Prensa y, junto a Las Peruanas (UAP, 2011), producir El Perú según Domínguez. Una idea para los interesados.
Carlos «Chino» Domínguez delante de su foto de Nicomedes Santa Cruz. Fotografía: La República
Este artículo fue, originalmente, publicado en la quinta edición de FOT. Revista Peruana de Fotografía e Investigación Visual en el 2021. El autor del texto y la fotografía de portada es Luis Cáceres Álvarez.