En las montañas de los Andes peruanos yace un oscuro secreto que la mayoría prefiere ignorar: la contaminación minera en Cerro de Pasco. En el Perú donde este problema es tan extendido que apenas si recibe atención en los medios de comunicación de la capital, el fotógrafo documental Marco Garro se ha erigido como un testigo tenaz de esta realidad silenciada.
Con una trayectoria que abarca más de 15 años, Garro ha dedicado parte de su vida a capturar las historias que la sociedad a menudo prefiere ignorar. A través de su lente, invita a contemplar la belleza herida de un paisaje que ha sido moldeado por la actividad humana, pero también a reflexionar sobre las consecuencias que esta actividad ha tenido en el día a día de las personas y en el ecosistema que las rodea.
En su último proyecto, un fotolibro que mezcla el periodismo y el arte, ha sumergido sus manos en las aguas tóxicas de la laguna Quiulacocha, recolectando muestras que luego utilizaría en el proceso de revelado de sus fotografías. Este acto de alquimia fotográfica se convierte en una metáfora vívida del deterioro del cuerpo humano cuando se ve expuesto a los metales pesados que contaminan el entorno de Cerro de Pasco. Su ensayo visual no solo documenta el impacto de la minería en la salud de la población, sino que también busca despertar una conciencia colectiva sobre un problema que ha sido relegado al olvido durante demasiado tiempo.
Hace poco ha sido distinguido con el World Press Photo 2024 en la categoría Formato abierto en Sudamérica por el trabajo Crímenes silenciados sobre las historias no contadas de la persecución y tortura por parte de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) a las personas LGTBQI+ en las regiones de Loreto, Ucayali y San Martín. En un país donde las palabras a menudo caen en oídos sordos, las imágenes de Garro se alzan como un grito desgarrador de justicia y verdad.
En la siguiente entrevista para la Asociación de Foto Periodistas del Perú (AFPP), Garro explica qué significa el más reciente reconocimiento para su carrera, cómo desarrolla sus proyectos y cuáles fueron las dificultades que afrontó en Cerro de Pasco, uno de los lugares más contaminados del mundo.
¿Qué te llevó a centrarte en el problema de la contaminación minera en Cerro de Pasco en tu trabajo fotográfico?
En el 2006 estuve como practicante en un periódico de Lima y llegó una noticia a la redacción. Se habían obtenido resultados de metales pesados, en la población, y en su mayoría niños, que vivían alrededor de la ciudad de Cerro de Pasco. Entonces, fue una comisión a la que fuimos. Llegamos y vimos “superficialmente” los casos y nos retornamos a Lima. A mí me sorprendió, enormemente, la presencia del tajo abierto que había en medio de la ciudad y cómo la población vivía alrededor del mismo. Había un sincretismo muy fuerte entre la minería y la población.
Cuando salió el reportaje, me sorprendió demasiado que le dieran una sola página. Obviamente, era por tema editorial. Pero, me pareció insólito que un tema tan importante con respecto a una problemática ambiental y de salud, no fuera tan importante para los medios tradicionales. Eso me generó un impulso para regresar a Cerro de Pasco. A partir de ahí, he estado regresando a Cerro de Pasco, esporádicamente, año tras año, con mis propios recursos para conocer y entender esta relación que existe entre minería y población, la idea de progreso y desarrollo que se piensa de la minería y cómo la población que vive a su alrededor se enfrenta y lucha contra la contaminación ambiental y en la salud.
En un inicio fue desde un ángulo exploratorio. Eso fue lo que me motivó por el lado periodístico. Por el lado personal, en ese momento no era consciente, pero siempre he estado involucrado por mi familia en temas relacionados a la química, la medicina, a lo científico. Siempre tuve el tema de la minería como piedra preciosa.
¿Cómo te sentiste al recolectar muestras de agua tóxica de los relaves para utilizarlas en el proceso de revelado de tus fotografías?
En Cerro de Pasco está el tajo abierto. Este cráter inmenso de más de 2 kilómetros de diámetro y 400 metros de profundidad. Me preguntaba: ¿Y todo lo que sacan a dónde se va? Todos los minerales y desechos deben estar en un lugar. Y justo muchos de esos cerros que rodeaban la ciudad, eran formaciones hechas de pirita, un mineral que se extrae de las profundidades de la mina y que al no servirles se queda como relave. Y es atrás de este cerro tóxico en donde estaba la laguna Quiulacocha. Al principio, pensé que era un botadero de la minería. Pero luego, hablando con la población que vive a su alrededor, me contaron que eso había sido alguna vez una laguna. Cada vez que regresaba siempre esta presente esta laguna tóxica, con colores: naranja, amarillo fosforescente. Sus aguas suben en épocas de lluvia generando miedo de un derrame y en épocas de sequía un olor denso se hace presente. Todo esto me generaba una suerte de “atracción perversa” hacia este cuerpo de agua tóxica. Sentí la necesidad de incorporar la laguna en mi trabajo. Ya la había fotografiado muchas veces, pero esta vez decidí incorporarla como un agente, y es allí que surgió la idea de recolectar el agua de la laguna para usarla en el revelado de las fotografías que había hecho.
Cuando empezó la pandemia, había retomado prácticas antiguas de laboratorio. En este espacio de experimentación al trabajar con químicos, con agua, empecé a incorporar el agua de la laguna porque también es químico, líquido y tóxico. Así, empecé a incorporar los relaves de la laguna para revelar los negativos de las fotos que había hecho de paisajes y población en Cerro de Pasco. Entre el ensayo y el error encontré cómo esta agua tóxica se impregnaba en los negativos y cómo dañaba la imagen. Me hacía referencia también a cómo la contaminación daña a las personas.
¿Qué desafíos enfrentaste al trabajar con las comunidades afectadas por la contaminación?
Tuve un acercamiento horizontal con ellos. Les expliqué cuál era el propósito de contar sus testimonios. Yo ya conocía algunas familias por los años que estaba trabajando en Cerro de Pasco. Pero, me involucré un poco más porque en el 2020, en la época de la pandemia, en Suiza se generó un referéndum. ¿Qué significó esto? Rápidamente: los ciudadanos suizos iban a votar para aprobar o desaprobar que las empresas suizas que tienen sucursales en el mundo sino respetaban los derechos humanos o el medio ambiente podían ser juzgados en Suiza.
El caso de Cerro de Pasco entró en el referéndum suizo. Esa noticia fue importante porque implicaría que los tribunales suizos podrían favorecer a la población. Entonces, yo viajé. Expliqué a la gente que ya conocía. La gente empezó a conectarme con nuevas familias. Empecé a contar sus historias mucho más actualizadas por así decirlo. Y lamentablemente el referéndum no ganó. Para ese entonces, ya estuve más en comunicación con las familias y seguí viajando. Lo que sí me percaté es que había una suerte de desesperanza en las familias. Estaban buscando calidad de vida. Por eso, de alguna u otra manera, trato de involucrar en el libro testimonios de los personajes. Pero, también, me dijeron que sus casos sean un ejemplo para que no suceda en un futuro. Así, he estado en contacto con ellos porque muchas veces no están muy informados de qué posibilidades hay para salir adelante con el tema de salud porque en el Perú no hay un hospital especializado en metales pesados. No existe. Son las postas o los hospitales locales que les dan información, pero no son especialistas. Encontré que había una desidia, un abandono relacionado al tema de salud de la gente de allá.
¿Qué opinas sobre la respuesta de las autoridades y las empresas mineras ante el problema de la contaminación en Cerro de Pasco?
Estuve viendo el tema de la minera en sí mismo. Recuerdo, claramente, en una entrevista que tuve con el área de comunicaciones, alrededor del 2010, en uno de esos viajes, una frase me marcó: “La contaminación no es culpa nuestra. Es parte del entorno y del territorio”. Es decir, deslindaban de la responsabilidad de la contaminación directa de ellos y hacían referencia más al medio ambiente. Eso sí fue impactante. Y siempre con la dinámica de que “nosotros pagamos nuestros impuestos y listo”. Los gobiernos locales siempre han estado en una lucha para mejorar la calidad de vida de las personas. Sí, he visto esa disposición, pero más política, de poder ayudarlos. Bueno, las familias se han organizado. Lo que me cuentan ellos es que muchas veces nos les toman en cuenta. O sea, les dicen: “Ustedes vienen a fastidiar”. No hay un diálogo abierto para ayudarlos, concretamente, en el tema de salud.

¿Cómo describirías la atmósfera y el entorno social en Cerro de Pasco?
Es complejo. Cerro de Pasco es uno de los centros poblados mineros más antiguos del Perú. Tiene toda una historia vinculada a la minería. La mina y la ciudad han crecido al mismo tiempo, de una manera desorganizada, pero siempre han estado vinculados. Cerro de Pasco es una ciudad. Quiulacocha es un pueblo. En la ciudad las dinámicas sociales son mucho más complejas para poder solucionar ese tema. Hay una suerte de desidia en muchos de los trabajadores de la mina. El tema de la contaminación con metales pesados muchas veces no es una cuestión muy evidente en las personas. De hecho, el impacto por la contaminación por metales pesados es lento pero muy dañino. Generar retraso en la educación, anemia, problemas digestivos, afecta el sistema nervioso, pero no es un impacto inmediato y visible. Es una contaminación que te destruye lentamente. Eso hace que de una manera no se tenga mucha preocupación para las autoridades y la población. Los metales pesados sí te destruyen lentamente.
¿Qué otros hallazgos te sorprendieron durante tu investigación?
Me pareció fuerte que Quiulacocha haya sido una laguna y que ahora sea un pasivo minero que viene desde la década de los cincuenta. Recuerdo que pobladores me decían: “oye, sí, antes esto era una laguna. Paseaba. Jugábamos acá y ya no hay nada”. Ya no es una laguna que tenga los estándares de calidad para vida y el riego. Además no tiene geomembrana para que no se filtre el líquido, y al haber sido una laguna tiene un cauce natural. Eso es súper impactante porque la laguna no es solo un espacio único, sino que está dentro de un ecosistema natural. Entonces, definitivamente, a través de sus suelos, de sus quebradas, esos relaves continúan y llegan a la Reserva Nacional de Junín. Esta laguna se encuentra dentro de la dinámica del ecosistema.
Por el lado de la población, sí me percate del tema de los metales pesados. Por ejemplo, a un niño le sacan exámenes de plomo en sangre o arsénico. Puede tener elevados grados de plomo, pero los metales pesados luego de estar un tiempo en el cuerpo baja su concentración. Esto es porque esos metales pesados se empiezan a depositar en los órganos del cuerpo: El cerebro, el hígado, los riñones, los huesos, etc. Y cuando se depositan en esos órganos, los niveles de plomo bajan en la sangre. Entonces, podía encontrar niños que tenían altos niveles de plomo en sangre. Luego de un tiempo, les sacaban otro examen y tenían bajos niveles de plomo en la sangre. Decían: “Ah, ya se recuperó”. Pero, no funciona así. El metal pesado en el cuerpo es variable según su exposición al mismo sube y baja, sube y baja. Es aquí donde se genera un problema porque el Gobierno y las instituciones muchas veces solo ven los números. Pero, no ven el trasfondo que significa tener metales pesados, constantemente, en el tiempo.

¿Cómo te enfrentas a las críticas o la resistencia hacia tu trabajo por parte de aquellos que podrían sentirse incómodos con la exposición de problemas ambientales y sociales en tus imágenes?
La idea es esa también. Es una suerte de grito para poner en contexto de nuevo. Son problemas que están. Son reales. Si es que el trabajo incomoda, definitivamente algo bueno está sucediendo.
Ahora, la intención del trabajo, la del libro en sí, era también ampliar el espectro a otros tipos de ámbito como el académico, el científico, el médico, el artístico y que pueda ser consumido por otros tipos de público. A veces, se dice que el periodismo se consume por periodistas, la fotografía se consume por fotógrafos. Entonces, el libro es un intento de poder ampliar ese espectro de público.
¿Qué esperas que los espectadores sientan o comprendan después de explorar tu obra?
Que conozcan esta problemática, y que genere diálogo y reflexión. Me interesaría mucho que el libro pueda llegar a nuevos públicos, explorar otros circuitos, además del periodístico y el fotográfico. Espero que este proyecto despierte interés de un problema que no solo sucede en Cerro de Pasco sino seguramente en muchos lugares del país. Ante la abrumadora cantidad de noticias que suceden hoy en día, este proyecto busca generar una pausa y mirar temas que parecieran haber dejado de lado. También, me interesa que mi proyecto genere un acercamiento distinto a la fotografía y al tema, donde no solo la representación de la imagen nos está contando algo sino también la materialidad de la foto misma .
¿Has entregado ejemplares del libro “Quiulacocha” en Cerro de Pasco?
No, todavía no. Hay una propuesta para hacer una exposición allá y una presentación del libro después de julio, y generar diálogo. Estoy en comunicación con ellos porque son una asociación de familias afectadas y quieren moverlo a nivel político para encontrar soluciones. Por ese lado, todavía estamos trabajándolo para ver qué más se puede hacer.
¿Quiénes fueron tus principales influencias fotográficas o referencias artísticas? ¿Por qué?
Yo consumo bastante fotografía documental. Estoy al tanto de lo que sucede. Yo llevé fotoperiodismo en la universidad con Jaime Rázuri. Él fue, básicamente, quien me impulsó a seguir con la fotografía documental, con la idea de siempre buscar tu propio lenguaje. Me acuerdo de que aún siendo una clase de fotoperiodismo, siempre había conversaciones sobre fotografía de autor, de ensayos fotográficos personales, de una búsqueda personal sobre los temas periodísticos que se abordaban. Jaime fue uno de mis primeros profesores y referentes.
Recuerdo buscar a Billy Hare y al “Chino” Domínguez. No los conocía, pero les escribía porque quería conocerlos y saber cómo entendían la fotografía. Verónica Barclay fue mi profesora y me ayudó bastante con el tema de la técnica y el laboratorio. Siempre me interesó conocer a los fotógrafos mayores y referentes porque me intrigaba cómo pensaban, veían y desarrollaban sus proyectos.
Por ejemplo, en la pandemia, cuando estuvimos encerrados, empecé a investigar más sobre la fotografía experimental porque no se podía salir. Ingresé al laboratorio de nuevo. Justo antes, había llevado un taller con Pilar Pedraza sobre procesos alternativos y me mostró el trabajo de cianotipia. Encontré nuevas posibilidades para contar historias con estos ensayos. Siempre el laboratorio estuvo presente en mi trabajo fotográfico.
Empecé a estudiar Historia del Arte y vi las dinámicas y procesos de cómo se desarrolla el arte en sí. Es una nueva etapa muy enriquecedora en mi carrera. No es que yo haya tenido alguien que me haya influenciado en este proyecto en particular. Más que todo, creo en general que las circunstancias del presente me hicieron explorar otros caminos fotográficos. Coincidentemente todo esto ayudó. La materialidad de la imagen ha empezado a tomar fuerza. Hay una comunidad dentro de la fotografía que ha empezado a luchar contra lo digital y a retomar las técnicas antiguas, de encontrar la relación más con el objeto, con el negativo, con los líquidos.
Recuerdo una frase que Mayu Mohanna me dijo una vez: Cuando vas a un museo y presentan tus fotos, te dicen: no, son muy periodísticas. Y cuando vas a un medio y muestras tus fotos, te dicen: no, son muy artísticas. Eso yo lo tengo muy presente en mi trabajo. De alguna u otra manera, lo veo reflejado en el libro.
¿Quiénes son tus principales referentes en la fotografía documental?
Recuerdo mucho a Stephen Ferry. Llevé con él un taller de la FNPI en la triple frontera, sobre medio ambiente desde el ángulo amazónico. Eugene Richards, su compromiso y profundidad para involucrarse con sus temas. Martín Chambi. De chico siempre me interesaron los claroscuros. Caravaggio. Los claroscuros me parecen fascinantes. Esta carga emotiva que te da el contraluz siempre me gustó. El lado oscuro de la imagen siempre me ha atraído.
Me acuerdo de Daniel Silva en mis comienzos. Justo él había ganado un World Press Photo. Me dijo que esto era una cosa seria. “Este es un compromiso serio y tienes que meterle tu vida a esto”. Yo siempre digo que eso impulsa a la fotografía bastante: el compromiso que tú tienes con tus proyectos.
Con mis amigos de Supayfotos fue una parte importante en mi crecimiento como fotógrafo. La dinámica del colectivo fue vital para explorar y comprometerme más con mis proyectos y temas.
¿Cómo fue el proceso detrás de la selección de las fotografías que al final se incluyeron en el fotolibro?
Este proyecto, en particular, fue parte de una beca de National Geography Society. Me dieron el apoyo para poder hacer el proyecto fotográfico y experimental de las imágenes. Durante un encuentro de exploradores de Natgeo le mostré mi trabajo a Musuk Nolte, quien tiene una editorial llamada KWY, y al fotógrafo colombiano Jorge Panchoaga antes de la presentación y recibí críticas. Musuk me dijo: “Hagamos un libro de esto”. También, trabajé con Raúl Benua, un joven diseñador que, justamente, su padre ha estado involucrado en La Oroya, que también tiene toda una cultura de exposición a la minería. Y entendió, claramente, la idea del interior del libro. Hubo una buena dinámica entre los tres y salió este fotolibro donde confluyen un equilibrio de imágenes sugerentes, abstractas con una carga documental, periodística, y también acompañado de testimonios, informes médicos, pruebas de laboratorio, que en su conjunto hacen el libro Quiulacocha.
¿Qué desafíos enfrentaste en el proceso de financiación y producción de “Quiulacocha” y cómo los superaste?
No, no. Esto es autofinanciado. El proyecto de National Geography fue para la realización. Luego, el tema de la producción del libro ha sido autofinanciado con mis ahorros, con mi trabajo. También, he tenido la alianza con Ojo Público. Ellos me ayudaron con el tema del fact-checking. Me ayudaron con que todo esté en orden por el lado periodístico porque es importante al tocar un tema vinculado a la minería y la contaminación ambiental.
¿Has recibido retroalimentación directa de los habitantes de Cerro de Pasco sobre tu trabajo en “Quiulacocha”?
Se los he contado. He enviado algunas fotografías de las familias que están involucradas y en la última reunión lo que quedó claro es que quieren ser escuchados. Más que si les gusta o no les gusta el libro, ellos buscan objetivos concretos para encontrar soluciones. El objetivo es ir a hacer una mesa de diálogo. Ellos serán los protagonistas y el libro será un pretexto para poder retomar su lucha.
Retrato de Kiara Castañeda en el barrio José Carlos Mareategui en la ciudad minera Cerro de Pasco, Perú, 2023. Kiara es una de los cientos de niños que tienen altos niveles de metales pesados en sus cuerpos y que sufren problemas de salud en Cerro de Pasco.
¿Cómo crees que tu trabajo puede influir en las políticas ambientales o en las acciones de las empresas mineras en el Perú?
Hay esta idea utópica y que muchas veces puede hacerse realidad, de que la fotografía puede ayudar, o que los ensayos fotográficos pueden ayudar a un poco cambiar o generar una nueva mirada sobre los problemas que tiene el país. De hecho, que sí, a un público, a la sociedad, pero acá creo que lo importante es cómo la fotografía puede también tener una nueva mirada al poder.
Más que generar una suerte de reflexión de que va a sensibilizar al poder. Eso es una ilusión. Para que mueva al poder, la fotografía tiene que ser un grito. Una suerte de protesta hacia las políticas o a la dinámica del poder que existe en el país. En ese sentido, yo sí creo que la fotografía puede ser capaz de explorar esos caminos. En este caso, yo creo que da conocimiento o entendimiento de cómo ha sido la historia de los procesos extractivos en el país. La laguna o la cocha, en particular, es un claro ejemplo de las malas prácticas mineras y de cómo han estado relacionadas con las políticas del Perú.
Cerro de Pasco ha sido una de las principales minas que ha hecho rico a las grandes potencias mundiales. La materia prima de la colonia era la plata. Luego, desde la Cerro de Pasco Corporation al inicio de 1900 fue de donde salieron los minerales para generar el desarrollo norteamericano. En esas imágenes documentales de hoy hay una historia que están contando. La fotografía te permite saber por qué estamos como estamos. La fotografía también tiene la posibilidad de generar activismo desde distintas trincheras. Puedes ser un activista a través de la imagen. Querer hacer un cambio, de mover fibras.
¿Después de esto qué viene? ¿Vas a seguir con otras minas? ¿Con otras comunidades? ¿O harás algo completamente distinto?
Ahora, estoy inmerso en un proyecto relacionado con minería y la Amazonía. He trabajado algunos temas de minería en Madre de Dios y estoy empezando a retomarlos de nuevo. Luego, tengo una beca para hacer un proyecto sobre nevados relacionado también con minería. Paralelamente, trabajo temas de derechos humanos de poblaciones vulnerables vinculados al tema de la identidad. Trato de informarme sobre historias que deben ser contadas, que merecen tener más visibilidad o que pueda generar más diálogo.
El jurado del World Press Photo 2024 quedó impresionado con Crímenes silenciados por la narrativa basada en “imágenes sólidas” que transmiten la magnitud del tema y porque el tratamiento de los datos encarna “un servicio público similar al registro forense de delitos”. ¿Qué significa este reconocimiento para tu carrera profesional?
Definitivamente, es un espacio que siempre he admirado. Estoy feliz de haber sido reconocido por este proyecto en particular porque de alguna u otra manera este proyecto lo empecé a hacer con mi compañera Elizabeth Salazar hace mucho tiempo atrás.
Crímenes silenciados son los crímenes que no han sido visibilizados durante el Conflicto Armado Interno perpetrados contra la comunidad LGTBQI+. Encontramos muchos casos sobre estos crímenes sistemáticos que sucedían contra la comunidad. Algo que nos pareció súper fuerte es cómo habían cubierto los medios este tipo de casos. Había una discriminación y una estereotipación a estas comunidades. Otra época fue cuando Pedro Castillo estaba postulando a la presidencia. Durante toda esta nueva narrativa del terruqueo, empezó a sonar mucho la voz dentro de las comunidades amazónicas LGTB de que iba a haber nuevamente terrorismo. Ellas ya tenían toda una historia en la memoria sobre lo que había significado y muchas de las dirigentes se cortaron el cabello, de alguna u otra manera, empezaron a cambiar su identidad por el miedo a que vuelva a pasar. Así, recolectamos información sobre estos nuevos discursos de odio. No solo el odio físico, sino el odio de la palabra y de la discriminación, donde encontramos el poder; es decir, el serenazgo, la policía, la iglesia, la sociedad civil que estaba normalizando aquello. Encontramos ese ámbito en el proyecto. Continúa eso.
¿Cuáles son los puntos clave, en tu opinión, en las que un fotógrafo que busca mejorar debería centrar sus esfuerzos?
Hay dos cosas. Una es la perseverancia, definitivamente. Tratar de alguna manera salir de tu estado de confort. Arriesgarte y dejarte llevar por tu existir. Hacer temas que te apasionan a nivel personal y que puedan ser importantes. Cuando empecé a fotografiar, yo viajaba con mi plata, y no necesariamente tenía una estructura sobre lo que quería hacer en específico. Mi impulso me llamaba a tocar este tipo de temas. Entonces, creo que no debes dejar de sorprenderte por las historias. No todo es el nivel de la composición, sino también se debe estar informado sobre qué es lo que nos está sucediendo como sociedad, en el mundo, en general. Consumir mucha fotografía. Si los escritores leen, nosotros debemos consumir mucha fotografía y analizarlas. Tener diálogos entre nosotros. También, la capacidad de aceptar las críticas, lo que otro fotógrafo puede darte. Creo que ahí es cuando empiezas a encontrar tu propio lenguaje.
Para finalizar, ¿qué piensas sobre el fotoperiodismo y la fotografía documental en el Perú? ¿Hay una generación de fotógrafos que se entiende más en el país o en el extranjero?
Las dinámicas han cambiado bastante. La fotografía, el fotoperiodismo o la fotografía documental peruana es hecha en el Perú y ya tiene una apertura más global. O sea, las historias terminan siendo historias globales. También, hay una manera de ver qué se hace en Latinoamérica. Ya no se piensa como el gremio peruano, sino ya estamos pensando cómo miramos lo latinoamericano. Latinoamérica en la fotografía.
Definitivamente, el diálogo o la movida fotográfica debe ser grupal. No individual. De hecho, es un poco complicado porque somos seres individuales, pero los movimientos grupales son los que dan más voz a la fotografía documental y mejoran su posicionamiento. También, algo que falta mucho es que no hay tantos estudios sobre fotografía peruana. He visto que algunos alumnos de pregrado han empezado a reflexionar sobre la fotografía contemporánea peruana y eso es interesante. Ciertamente, desde la institucionalidad de la fotografía estamos mal. El Centro de la Imagen ha cerrado. Lo importante es que aumente. Es interesante que haya más espacios de enseñanza, por ejemplo, Jaime Rázuri sigue enseñando. Es súper valioso que haya gente enseñando sobre la fotografía peruana desde sus propios espacios.
En fin, para esto tienes que estar muy metido. No puedes decir que estarás solo un fin de semana. Son todos los días. Ahora, no sé si decir que se ha banalizado esta suerte de que “todos somos fotógrafos”. Desde nuestra posición quizá debamos decir que es un aporte importante para la fotografía, pero también hay fotografías de largo aliento, te puedes demorar un año en un proyecto y no tiene nada de malo. Es difícil al tener esa inmediatez de querer publicar. Sin embargo, mientras más tiempo le metas a un tema, van a salir mejores resultados.
Entrevista: Luis Cáceres Álvarez