Metafísica de la mirada. Un retrato a Alberto García-Alix

Metafísica de la mirada. Un retrato a Alberto García-Alix

Él está sentado de espaldas al muro bajo de la terraza de un bar, o quizá solo sea un precipicio en un cielo de invierno. Esta terraza propaga recuerdos, ganas, nostalgia, desasosiego, sonrisas y más recuerdos. Hay espejos rotos, una colección de botellas vacías de vino y ladrillos. Una puerta falsa —si la abrieras, te caerías por el acantilado—. Piedras. Un cactus seco. Andes utilizados como jardines. Cada piso cambia a color. De verde a marrón. Un degradé de intensidad tanto en color como de vegetación. Hay gatos también. Corretean entre las estatuas, las sillas y las mesas. Alberto García-Alix, uno de los fotógrafos más reconocidos en España y el mundo, está en Lima. 

Las personas que lo acompañan en este momento de su vida señalan que sienten esa tensión de la que habla cuando caza imágenes. No obstante, hay quienes aún hoy no ven lo que él está viendo. No es físicamente lo que se ve. Hay algo más. Un susurro, una seducción, una metafísica. 

Alambres oxidados forman la figura de un gallinazo al filo del muro. A unos metros, encima de su cabeza, están volando los de carne y hueso. Alrededor, también están las casonas de estilo republicano y las palmeras, donde habitan. Las macetas con helechos en los tejados, escaleras, grafitis, turistas, personas que sacan los celulares para capturar selfies —ese “hedonismo tonto” como los define—. Ellos no entienden lo que es un autorretrato como lo entiende García-Alix (León, 1956). 

“Esta luz me desconcierta mucho. No hay relieve. No hay sombras. Todo se opaca”, dice. Pero, el sol de Lima salió al mediodía. No se sabe dónde estuvo por las nubes, pero sí hubo fusilazos de luz. Igual, Alberto anhela ante la presencia de la sombra. Está sorprendido que la luz no varíe en los espacios emblemáticos del sur y Centro histórico de Lima Metropolitana: el cementerio de Villa María del Triunfo, Alto Perú en Chorrillos, en Pachacámac, y Barranco donde permanece familiarizándose por unas cuantas semanas más. 

Vamos a hablar de cómo miramos. De eso se trata esto: de cómo educamos la mirada a lo largo del tiempo. “Yo solo puedo hablar de mí. Cómo me enfrento al ejercicio de fotografiar. En cada foto, inicia el ejercicio de mirar. No vale lo que hice ayer. Solo vale lo que voy a hacer”, dirá al inicio del único taller que dio en Lima. Pero, días antes, este es nuestro diálogo: 

¿Has ido al cementerio ayer? 

—Quiero volver.

—¿Por qué tienes curiosidad por la muerte? 

—¿Curiosidad? No tengo ninguna.

—No en un sentido físico, sino en un sentido espiritual. ¿Por qué te gusta observar estos temas?

—Toda aquella creación donde encontramos pulsión de muerte yace la obra buena. La muerte siempre es una presencia para ti, para mí, para todos. Bueno, yo voy un paso más por delante hacia la trinchera. —Ríe—.

El interés por la fotografía de Alberto empezó en 1976. En una “mala bajada de ácido”, pensó que debía hacer algo con su vida. Un amigo suyo le dijo cuando ingresó al laboratorio por primera vez: Revelador. Paro. Fijador. Con estas mínimas indicaciones, se enamoró de la fotografía analógica en blanco y negro. Por ende, del encuentro con él mismo, con los moteros, con las drogas, con lo subterráneo para descubrir realmente el diálogo que estuvo esperando. “En toda mi vida de locura ponía cierta cordura a lo poco que quedaba”, asevera. 

Es un tema universal…

—Al igual que la sexualidad. Son las grandes pulsiones. Los misterios eternos que más definen al ser humano. En la creación, la muerte y la sexualidad como motores existen. 

No tendría sentido la vida tampoco. A partir de la muerte del otro, te sientes vivo.

—Muchas veces con la cámara ves la muerte. Es una compulsión que desprende algo. 

CRUCIFIXIÓN, 2012

Flores, aves, estrellas, corazón apuñalado, reloj, fuego. Son los símbolos tatuados en sus brazos. El nudillo de su mano derecha tiene registrado “Todo” y en la izquierda “Nada”. Un dragón lo envuelve por gran parte de su cuerpo. La cabeza sonriente o malhumorada está en el pecho. Una estrellita ronda por su ojo izquierdo y su cabello gris. A Alberto le extirparon un tumor de las cuerdas vocales. Por eso, habla con ronquera. Susurra también. Sus frases cortantes —quirúrgicas en ocasiones— son esfuerzos para enseñar lo que significa escribir con luz. 

Es tu mirada. Es la ley de la atracción…

—En el fondo es como si quisiera atrapar la voz interior visual. Cada foto es de su padre y de su madre. Una vez iba andando por un pasillo y vi que había una pintada: “Ya queda menos para tu muerte”. Me detuve a hacer una foto. Un autorretrato con esa frase. Una doble exposición, la frase sobre mi cuerpo. Un espejo. Siempre hay una lectura así. Siempre la hay.

Alberto detiene la conversación. Se queda prendido de un cerco con púas metálicas que separa a las dos casas. Mira arriba. La puerta trampa, metálica y naranja, al costado de una pared con grumos de cemento sigue atrayéndole porque si se abriera, tropezarías con la nada. “Ahora, tiene otra luz. ¿La hacemos?“, dice. Y se responde: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Mueve el trípode. Ubica encima su Hasselblad. Mira por el visor. No quiere que lo fotografíen mientras fotografía. No le gusta. “En esos cables hay muerte. Eso va a desaparecer. Esa es la pulsión de muerte y decadencia que ves cuando miras”, afirma. En ese momento, tener la cabeza despierta y las ganas de ver son prioridad. 

¿Qué es lo mejor para hacer? ¿Ir con una idea concreta en la cabeza? ¿O sorprenderte con lo que aparezca? 

—Yo voy a lo que Dios quiera. Yo no me hago preguntas de si voy a conseguir una visión lógica de Lima. Yo estoy trabajando sobre… No sabría cómo expresarlo… Micro paisajes donde encuentre la pulsión de lo que veo. Puede ser el cochecito que te sube al cementerio. O la niebla esa. Me da igual si sale. La única responsabilidad es conmigo mismo y dejo, con mi fotografía, mi mirada pegada a los sitios por los que transito. Me conformo con cinco fotos buenas y una súper. 

La fotografía entonces es lo que te ha atado a tierra…

—Eso lo llamo la voluntad de ser. A veces pienso cómo fue posible todo esto. En el fondo, el fotógrafo lo que hace es educar el ojo. Decidir el cómo y el dónde mirar. La vida además le enseña. Así, he aprendido a conceptualizar en mi cabeza. 

Una fotografía que sea memorable es digna de ser vista…

—No, digna de ser recordada. Eso es lo que la hace memorable. No todas las fotografías son dignas de ser recordadas. 

¿Quién te importa que las recuerde? 

—El espectador. Como fotógrafo me conformo con poner lo bastante de mí para que la imagen tenga la lectura que yo pretendo. Ahí es donde encuentro la internacionalidad y donde pongo el foco. Cuando la gente ve mi trabajo y se conecta con mi emoción, supongo que les transporta a otras emociones, las suyas. La fotografía tiene eso ¿no? Yo en eso soy poco egocéntrico. Es muy halagador y me sorprende que la gente a veces me diga que mis fotos le cambiaron la vida. Se refieren a que les cambió la manera de ver la fotografía. Encuentro que ésta es la parte del arte que tiene por ser transmisor.

TRES HEMBRAS, 1989

Es curioso que muchos fotógrafos ahora trabajan por proyectos. Cuando terminan, cambian de chip. Empiezan con otra forma de entender y ver. Pero, lo que tú haces Alberto es un solo proyecto a lo largo…

—Entenderme a mí. Esfuerzo de ver. Yo me predispongo. Siempre llevo la cámara y hago fotos. Más o menos. Pero, es una manera de engatillar el nervio óptico, de tensarlo siempre. Nunca sabes lo que funciona. 

¿Cuáles son las fotografías que más odias o que no quieres? 

—Los retratos por encargo me cuestan. Hago solo lo que me apetece. Hoy estoy aquí en Lima y de aquí me llevaré un trabajo, y habrá lógicamente retratos. Todavía ni he empezado. Si viene alguien y dice: “quiero un retrato suyo, ¿cuánto cuesta?”. Pues, es agotador. No me apetece nada. Nada. Yo me dejo seducir, así que tienen que poner un esfuerzo para que yo lo haga también. Lo más difícil del retrato y contra lo que hay que luchar es la complacencia. Hay que huir de ella. Es curioso. Cuando veo que las fotos de retrato funcionan para el retratado, en general, son cuatro años después. A mí, el retrato me gusta mucho. Aunque me parece un ejercicio muy cruel.

¿Por qué? 

—Estoy escogiendo mal las palabras. Cruel porque me gustaría no hacer ese esfuerzo. El retrato necesita intencionalidad. Me habla del retratado y qué sucede. Ahí existen un montón de ritmos. Eso es un esfuerzo de concentración. 

¿El placer o el dolor? ¿Qué pesa más en tu obra? 

—Ni lo uno. Ni lo otro. Dolor, no. Dolor en mi vida, no. Yo lo poetizo. Es diferente. La fotografía para mí es el espacio donde inventarme. Ahí está la autoría. Yo creo que cada fotógrafo educa su mirada para eso. 

La mirada es un camino de ida y de vuelta donde se llena de reverberaciones, de tensiones, de decisiones. Algunos ejemplos de esta forma de entender la fotografía como espejo de uno mismo, después de Robert Frank, son Daido Moriyama en Japón, Francesa Woodman en Estados Unidos, Antoine d’Agata en Francia, Anders Petersen en Suecia, Paulo Nozolino en Portugal, Miguel Río Branco en Brasil, y García-Alix en España. 

— ¿Es necesario sacrificar fotografías para llegar a ser fotógrafo? 

— Constantemente. Constantemente. A lo mejor hago esta foto y no me gusta nada. No me dice nada. Sí, sacrifico. Pero, como fotógrafo voy en un ejercicio. Llevo una cámara. Estoy aquí. Empiezo a meditar. ¿Qué late ahí? ¿Qué fragmentar? Te acercas. Descubres. Comprendes. Porque, en el fondo es dialogar con lo que miras. Por ejemplo, qué hacemos cuando miramos por cámara. Lo primero que hacemos es decidir si lo que vemos nos gusta o no nos gusta. Y si nos gusta. ¿por qué nos gusta? Y si no nos gusta, ¿por qué no nos gusta? Automáticamente, vas a obtener respuestas. Ahí concentro. Es una manera de trabajar. Así es el retrato. Resuelvo. Es un ejercicio. Primero, decides dónde se va a posicionar el sujeto.

DOS LADIES, 1988

Para García-Alix, el fotógrafo tiene que aprender primero a pedir. Retratar es una posición tanto mental como ética y física. “Es la asignatura pendiente”, señala. “Tienes que procurar la concentración en el retrato, que el espectador vaya a descubrir, inmediatamente, a ese hombre”. 

—Con respecto a tu frase, “Una colección de retratados es una colección de futuros cadáveres”. ¿Por qué tener esa visión tan fatalista? ¿O tan poética? 

— En cien años, todos calvos. Yo cuando miro muchas veces mi trabajo veo cientos de amigos que ya no están, personas que conocí, compartí y la vida fue repartiendo sus cartas. Me doy cuenta que con los años engrosa, aumenta. Sí, una colección de retratos es una colección de futuros cadáveres. Pero, en el fondo eso es poesía. La fotografía es un certificado de ausencia y de presencia. Es brutal ese poder. 

 — Si has fotografiado a tantos de tus amigos que han fallecido, ¿qué has hecho diferente que te mantienes aquí?

—¿Qué puede haber hecho? Bueno, le doy las gracias a mi metabolismo. Debe ser muy potente. También debo añadir fuerza de voluntad y auto respeto para no bajar ciertos peldaños. Pero, lo que me salvó de todo creo que fue la bondad. 

¿La bondad de quién?

— La mía. La bondad como virtud. Ahora, nadie sale indemne de nada. A mí la fotografía me ha servido siempre de trabajo, de motor, de aprendizaje y hasta de redención. 

La crítica comenta que fue “el fotógrafo de la Movida Madrileña”, pero siempre responde que no. Alberto fotografió su pequeño mundo. Además, un mundo que dentro de las movidas —porque hubo muchas movidas— fue el más excesivo: rock y drogas. Él no salió por la noche a fotografiar los sitios y lo que ocurría porque no le interesó. “Las cosas no se ven cuando pasan, se ven cuando ya pasaron”, solo se considera un gran actor de la época y cronista de su existencia. 

— Intento dar de mí en la fotografía lo mejor de mí mismo. La única vanidad que tengo es que entiendo el diálogo que establezco al fotografiar. No soy muy buen técnico. Lo mío es simple. No utilizo ni luces. A veces, una puta linterna me vale. Lo que importa, realmente, es el diálogo que estableces con lo que miras. Entonces, lo mejor es hacer de los defectos: virtudes. 

En esta forma simple de trabajar encuentras mayor dinámica. ¿Es más fácil decidir qué es lo que quieres, que es lo que te gusta? ¿no? 

—Sí, de alguna manera. Cuando salgo a fotografiar voy tenso. Mirando todo. ¿Qué me dice Lima?… ¿Qué busco y qué encuentro? Sé que, si no hay foto, es porque no quiero verla. Me veo obligado a ser muy depredador. En México una vez fotografié el cadáver de una mujer asesinada con 18 puñaladas. Ver y pensar: “quiero esa tensión de la violencia y la muerte en la cara de la mujer”. Y mientras estás enfocando lentamente, estás cuadrando todo. Y recogiéndolo plásticamente. Cada imagen nueva es dar otro paso. Cuando no hago fotos durante un tiempo, lo noto. Hay muchos momentos que salgo con la cámara por aquí en Lima y digo: “No sé ver. No valgo para nada”. Intento pellizcarme y ver qué estoy sintiendo. No pillo. Pero, eso es parte del juego ¿no? Nunca fue fácil. Muchas veces miras por cámara y sabes que te estás repitiendo. Sí, pero ¿qué más? ¿Qué más? 

¿Te arrepientes de alguna foto que has hecho? 

—No, de la foto no. Me arrepiento de las que no he hecho, sí. También me arrepiento de no haber aprendido más rápido. 

¿Hubo algún momento que te costó más? 

— Bueno, vivía de ello. Estaba obligado a hacer fotos. No había otra. Pero, sí ha habido momentos mucho menos productivos. Crisis. Falta de ganas. He pasado por muchas etapas. Pero, siempre se iban produciendo evoluciones. La mirada cambia. La mía está más preparada para ver en la reverberación. Todo reverbera. 

Hay fragmentaciones que le recuerdan a la familia, la amistad, las pérdidas, las consecuencias y la muerte. En De donde no se vuelve (2008), Alberto fotografía su propia voz en cuarenta minutos. Existen solo cuatro copias de un monólogo que nos aproxima a su lado más íntimo, subterráneo y visceral. Un camino compuesto sobre una “memoria de luces, destellos e ilusiones ópticas”. García-Alix mezcla fotografías de diversos formatos e imágenes en movimiento realizadas entre 1976 y el año de su publicación. Así, nos hipnotiza. 

ELENA MAR ODALISCA EN MI PATIO, 1987

¿Qué es editar? 

—En el fondo, editar es construir una melodía visual. La primera foto es la portada. La portada tiene que definir el concepto. Que tenga mensaje con lo que vas a ver. Después, primera foto, ¡pim!, segunda foto, ¡pim!, tercera foto, ¡pim!, cuarta, ¡pim! ¡pim! ¡pim! ¡pim! Crescendo. Luego, tranquilizas. A mí, hasta ahora, se me ha dado muy bien con la obra de otros. 

¿Con la propia? 

—No sé si tanto. Porque más que por pulsiones, a veces, las ordeno por otras cosas. En general, las fotos las hago primero en fotocopia, en pequeño formato y las ordeno y juego con ellas en el suelo. De ahí van al ordenador. Parten del suelo porque ayuda a la edición más que el ordenador. Encuentro mejor cómo las masas de negro y ritmos dialogan. Editar es un esfuerzo mental, y que exige una gran claridad de ideas. 

¿Tú crees que las fotografías en la mesa de edición deben responder preguntas o hacerlas? 

—Eso depende del fotógrafo. Para mí, es en la forma, sobre todo, cuando la cámara pide respuestas. Respuestas y muy rápidas. Si una fotografía te hace preguntas, ya se ha ganado mucho. Pero, tampoco tiene por qué. Es más importante que te haga sentir, que te permita ver. 

Los gallinazos aletean. Usan su aguda vista para capturar a la presa. Lo hacen. “Si se cayera uno aquí, le haría una foto”, confiesa Alberto. Este tipo de buitre ha estado presente en la historia, en la literatura, en el arte de la ciudad y ahora en los ojos de García-Alix. Miramos el paisaje a nuestro alrededor. No brilla. Es gris. Hace frío. La noche llega pronto. Siente el esfuerzo que cuesta mirar. Encuentra más verdad. Él no está buscando Lima. Ese no es su concepto en este viaje. ¿Cuál es? “Un tiempo presente donde quiero mirar”.

¿Cuándo regresas?

—Cuando salga el sol. 

 

Esta reseña fue, originalmente, publicada en la tercera edición de FOT. Revista Peruana de Fotografía e Investigación Visual en el 2019. El autor del texto es Luis Cáceres Álvarez. Todas las fotografías pertenecen a Alberto García-Alix.

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